20/9/2005
¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará? (Ec. 1.9) Tal como lo dice la Biblia, los hechos se repiten sin cesar y una prueba de ello es la historia que sigue. Sucedió en Caracas hará unas seis semanas. Ya le faltaban pocos kilómetros para llegar a su apartamento cuando avistó una muchacha que pedía cola y que a leguas se veía que era estudiante; se paró, ella tímidamente se montó. Empezaron a conversar, él, como de costumbre, la estudió de arriba a abajo; no sabía mucho de moda, pero la ropa debía ser de los ochenta; sin embargo, el celular que sostenía ella con ambas manos en su regazo era moderno. Como mujer, buen cuerpo, bonita, aunque de rostro muy demacrado. Ella le reveló que estudiaba en la Central y que no salía mucho porque no tenía con quién. Esto le agradó, así que le preguntó si tenía tiempo para hoy, que no porque su madre estaba esperándola. Exploró la posibilidad de salir en otra oportunidad, que no habría problemas, contestó ella. Él le pidió su celular, la muchacha le dijo que lo llamaría para que capturara el número, al hombre le pareció buena idea, ella hizo la llamada, él vio la pantalla y le extrañó que fueran seis dígitos, 683783; la mujer le explicó que era el número especial para cuando salían a buscar almas. Eres protestante, quiso saber él, No, soy católica; pero todos tenemos que recoger almas. Sí aceptó salir conmigo, meditaba él, no debe ser muy santa. Ante el temor de que ella le saliera con eso de que se había entregado al Señor, y que terminara él yendo al culto, cambió de tema preguntándole la dirección de su madre. Y la llevó hasta allá, en la Pastora. Llegaron a la calle, ella le indicó su casa, se despidieron y él quedó sorprendido por lo frío de su mano; antes de que cerrara la puerta del carro, le recordó la invitación. Cuando ya él se enfilaba hacia la Urdaneta, se percató de que el móvil de la muchacha estaba en el asiento. Se regresó, llegó a la casa, tocó la puerta y salió una señora mayor; le explicó que su hija había dejado el móvil en su carro. Mire, señor, mi hija murió hace veinte años, ella de vez en cuando se aparece y cuando vienen a traer un cuaderno, una libreta o algo así, no pasa nada, pero cuando traen el celular, es mala noticia. Él estaba perplejo; la viejita continuó, Traslade el numero que le dio a letras y verá qué significan. Con cierto temblor, hizo lo que le dijo la señora, no le gustó la palabra que se formó; sintió una sensación de abandono, le entregó el aparato a la madre, y se marchó. Tomó la Baralt y luego la Cota Mil; a pesar de lo asustado que estaba y a la alta velocidad que iba, tomó su teléfono y marcó el 683783; oyó un repique, otro, al tercero le salió una grabación con la voz de ella, Hola, soy yo; se te acabó el tiempo en la tierra; te esperamos aquí. Él simplemente abrió los ojos y perdió el control del carro a la altura del distribuidor Altamira. Murió cuando lo llevaban a un hospital.
Marcial Fonseca
martes, 20 de septiembre de 2005
martes, 23 de agosto de 2005
Consejos de amiga
El Mundo - 23/8/2005
A J.F. Camacaro, por la idea La conoció en el Parque del Este y los primeros encuentros no salieron de ahí porque él no tenía cómo pagar un hotel; pero como ella se enamoró, el joven estudiante ahorró durante tres meses para llevarla al Texas Dreams. Llegaron al hotel, él pagó y subieron a la habitación. Ambos estaban nerviosos. Se besaban, pero no se atrevían a pasar a más; pero luego de unos 30 minutos, se calmaron y se metieron a la cama. Él demostró, si no su veteranía, sí su juventud. Ella, como toda mujer casada, no recordaba haber tenido nunca dos orgasmos en una misma sesión amorosa, mucho menos cuatro. La segunda vez el nerviosismo disminuyó, estuvieron más tiempo, y él hizo un excelente papel. La mujer se quejó de que tanto tiempo entre citas era muy duro; pero no hallaron manera de resolver el asunto. Ella decidió tomar una arriesgada decisión; le pidió a su mejor amiga, que vivía en el mismo edificio, que les permitiera verse en su apartamento; la amiga se negó complemente, le explicó que las citas debían ser lo más alejadas posible del vecindario. No hizo caso, e invitó al joven a su propio hogar. La primera vez fue muy tensa, menos de una hora y no una muy buena ejecución. Para la segunda; él estuvo más tiempo. La vecina seguía aconsejándola de que era un error montar cacho en la cama donde dormía con su marido. Llegó la tercera vez; los escarceos de siempre, mejor ejecución; ella más feliz y luego a descansar. El tiempo sobraba, el esposo llegaría en unas 4 horas. Cuando un ligero sueño los invadía, sintieron unos fuertes golpes en la puerta, ella brincó de la cama; él hizo lo propio y se vistió, ella no sabía qué hacer; el joven se asomó al balcón y calibró los dos pisos, la mujer dudaba entre limpiarse el pecado y secarse la emoción o vestirse para abrir la puerta; los manotazos continuaban, fuertes y secos, y luego pasaron a sordos, prueba de que estaban usando el canto de la mano empuñada. Recuperaron el aire, y él le preguntó si su esposo tenía pistola, que para qué contestó ella, Coño, para matarme, No, no tiene. Esto lo alivió. ¿Carga algún cuchillo?, Claro que no, respondió ella. El escándalo seguía, el joven estaba seguro de que si se lanzaba por la ventana sufriría más daño que si lo enfrentaba. Habían transcurrido apenas 45 segundos que ya eran una eternidad. Qué le digo porque la llave está metida en la cerradura, Le dices que estabas limpiando y a cada momento ibas al bajante, y eso explicará porque estás tan sudada. En un arrebato de valor, él le dijo que enfrentaría la situación. Abre la puerta, yo corro después de que él entre, Está bien, dijo la mujer. Los golpes no amainaban, ella se dirigió a la entrada, él se acomodó detrás de un mueble que lo ocultaría del esposo y luego huiría una vez el marido se dirigiera a la habitación. Ella sudaba copiosamente, el amante estaba tenso, la mujer abrió la puerta y quedó sorprendida cuando le dijeron, ¡Ajá! ¡Y si no hubiese sido yo¡ ¡Ah! ¡Si no hubiese sido yo!? Era su mejor amiga.
Marcial Fonseca
A J.F. Camacaro, por la idea La conoció en el Parque del Este y los primeros encuentros no salieron de ahí porque él no tenía cómo pagar un hotel; pero como ella se enamoró, el joven estudiante ahorró durante tres meses para llevarla al Texas Dreams. Llegaron al hotel, él pagó y subieron a la habitación. Ambos estaban nerviosos. Se besaban, pero no se atrevían a pasar a más; pero luego de unos 30 minutos, se calmaron y se metieron a la cama. Él demostró, si no su veteranía, sí su juventud. Ella, como toda mujer casada, no recordaba haber tenido nunca dos orgasmos en una misma sesión amorosa, mucho menos cuatro. La segunda vez el nerviosismo disminuyó, estuvieron más tiempo, y él hizo un excelente papel. La mujer se quejó de que tanto tiempo entre citas era muy duro; pero no hallaron manera de resolver el asunto. Ella decidió tomar una arriesgada decisión; le pidió a su mejor amiga, que vivía en el mismo edificio, que les permitiera verse en su apartamento; la amiga se negó complemente, le explicó que las citas debían ser lo más alejadas posible del vecindario. No hizo caso, e invitó al joven a su propio hogar. La primera vez fue muy tensa, menos de una hora y no una muy buena ejecución. Para la segunda; él estuvo más tiempo. La vecina seguía aconsejándola de que era un error montar cacho en la cama donde dormía con su marido. Llegó la tercera vez; los escarceos de siempre, mejor ejecución; ella más feliz y luego a descansar. El tiempo sobraba, el esposo llegaría en unas 4 horas. Cuando un ligero sueño los invadía, sintieron unos fuertes golpes en la puerta, ella brincó de la cama; él hizo lo propio y se vistió, ella no sabía qué hacer; el joven se asomó al balcón y calibró los dos pisos, la mujer dudaba entre limpiarse el pecado y secarse la emoción o vestirse para abrir la puerta; los manotazos continuaban, fuertes y secos, y luego pasaron a sordos, prueba de que estaban usando el canto de la mano empuñada. Recuperaron el aire, y él le preguntó si su esposo tenía pistola, que para qué contestó ella, Coño, para matarme, No, no tiene. Esto lo alivió. ¿Carga algún cuchillo?, Claro que no, respondió ella. El escándalo seguía, el joven estaba seguro de que si se lanzaba por la ventana sufriría más daño que si lo enfrentaba. Habían transcurrido apenas 45 segundos que ya eran una eternidad. Qué le digo porque la llave está metida en la cerradura, Le dices que estabas limpiando y a cada momento ibas al bajante, y eso explicará porque estás tan sudada. En un arrebato de valor, él le dijo que enfrentaría la situación. Abre la puerta, yo corro después de que él entre, Está bien, dijo la mujer. Los golpes no amainaban, ella se dirigió a la entrada, él se acomodó detrás de un mueble que lo ocultaría del esposo y luego huiría una vez el marido se dirigiera a la habitación. Ella sudaba copiosamente, el amante estaba tenso, la mujer abrió la puerta y quedó sorprendida cuando le dijeron, ¡Ajá! ¡Y si no hubiese sido yo¡ ¡Ah! ¡Si no hubiese sido yo!? Era su mejor amiga.
Marcial Fonseca
jueves, 7 de julio de 2005
Sildenafil
El Mundo - 7/7/2005
Ya iban varios años con problemas que ameritaban una visita al doctor, pero no tenía el coraje de hacerla. Su esposa, muy comprensiva ella, adoptaba posiciones que no exigían una gran rigidez. Hablaron de recurrir a la pastillita azul, pero él no se atrevía a ir al médico por un récipe. Pronto se enteraron de que no era necesario porque la vendían libremente; y decidieron que ella la compraría. Se leyeron el folletín del laboratorio fabricante de cabo a rabo y concluyeron que no debería haber dificultades, el corazón estaba perfecto y además no estaba ingiriendo ningún fármaco que contuviera nitratos o nitritos. <!--more--> Sin embargo, el esposo íntimamente temía que con él no funcionaría, de que lo de él no tuviera remedio, y de ahí que para no quedar mal con su esposa, se decidió a probarla con una antigua amante que ya había quedado como una costumbre en su vida; y que tampoco lo estresaba con sus problemas de erección. Le pidió que comprara la medicina y se fueron a un hotel. Hizo los rutinarios escarceos amorosos que era para lo que había quedado. Transcurridos 45 minutos, empezó a sentirse como un muchacho de 15 años y realmente cumplió; luego de dos horas repitió la hazaña. Estas correrías las hizo dos veces más antes de tomar la determinación de satisfacer a su mujer. A ella la preparó. Mientras hacía la comida le pellizcó varias veces el trasero, le besaba el cuello y le susurraba que esa noche tomaría la pastillita. Dos horas después de la cena, y ya en la habitación, le pidió que se la buscara. Ella se fue a la cocina, le trajo un vaso con agua, se metió al baño y regresó con una mano detrás de la espalda. ?Cierra los ojos?, le dijo, ?y abre la boca?. Algo no estaba bien, pensó el esposo, pero aun así hizo caso y ella le puso en la lengua un pedazo de vitamina E; él arrugó el rostro, dijo que no sabía igual, escupió en su mano y observó extrañado la tableta. ?¡Mira!?, reaccionó airado, ?no creas que soy un pendejo. ¿Con quién las has usado??. La furia lo cegó y le dio dos fuertes golpes, uno en la mejilla derecha y otro en el oído izquierdo. Ella cayó al suelo, empezó a llorar, sus lágrimas se mezclaron con la sangre que manaba de sus labios; él seguía insultándola. A pesar de estar aturdida, le indicó algo en el closet; él miró hacia allá y lo único fuera de lugar era un recorte de periódico. ?¡Lee esa vaina!? pudo gritar ella, él lo tomo y notó que estaba subrayado lo siguiente: ?Muchas veces los problemas de erección se deben más a razones psicológicas que a deficiencias físicas; por ello, querida amiga moderna, engañe a su esposo, cuando le vaya a dar su ración de sildenafil, que es el componente activo de la pastillita azul, use un placebo, que la mayoría de las veces da resultados? Avergonzado regresó el recorte a su sitio; al fondo del closet descubrió la cajita, la abrió y ahí estaba su contenido completo. Le iba a pedir perdón, pero ella se le adelantó, ?¡Ahora, desgraciado, explícame como es eso de que no sabe igual!?
Marcial Fonseca
jueves, 28 de abril de 2005
Sobre el idioma
28/4/2005
Como siempre, el artículo de este mes es para hablar, sin rigor filológico, del lenguaje. Recordemos que todo el 2005 está siendo dedicado a la celebración de los primeros cuatrocientos años de esa obra monumental que es Don Quijote; esto nos lleva a Miguel de Cervantes y a su muerte, ocurrida el 23 de abril de 1616 y que es el porqué el 23 de este mes es consagrado al idioma. Acotemos, aunque ya muy trillado, que en esa misma fecha, ojo, fecha, también falleció William Shakespeare; pero se ha repetido hasta la saciedad que no murieron el mismo día por seguir Inglaterra el calendario juliano, mientras España, usaba el gregoriano. A pesar de lo manido, se siguen oyendo voces sobre lo asombroso de esta coincidencia. Regresemos al castellano, y expongamos curiosidades idiomáticas. Una que siempre llama la atención son las combinaciones de cómo y el verbo ir. En efecto, a un amigo se le preguntaría ¿cómo te va? cuando queremos saber cómo está o cómo se siente; pero fijémonos en que ese va es la tercera persona del singular, pero se está usando el te, correspondiente a la segunda persona (tú). Ahora, al mismo amigo también le puedo decir ¿cómo te vas?, aquí el vas si corresponde al tú igual que la partícula te; pero se está inquiriendo sobre qué medio usará para movilizarse. Vean cómo cambia si el amigo es tratado de usted. Diríamos ¿cómo le va? y ¿cómo se va?, nótese la misma conjugación correspondiente a la tercera persona (él) en ambos casos, pero para diferenciar el cómo está de cómo partirá usamos le y se respectivamente. Una curiosidad que debe tener una explicación sencilla, pero que escapa al autor. También llama la atención el que existan palabras para designar cosas que no merecen ser mencionadas. ¿Ha pensado usted, amigo lector, en el nombre de las esquinas de los colchones o almohadas? Aunque parezca mentira, la palabra existe y es cogujón. Y hablando de palabras raras, ¿cómo se llama el sudor que no es sudor, sino una ligera humedad en la piel? Por si no lo sabía, es mador; así que si quiere ser pedante, puede decir estoy madoroso. Ahora la curiosidad favorita. Huérfano, huevo, hueco, hueso, producen orfandad, óvalo, oquedad y óseo; esto es, pierden la h. La razón es sencilla. En los inicios del idioma, la letra V, ve pequeña o uve, suplía dos funciones, una vocálica, la u de hoy, y la propia de la v de victoria. Así, se escribía veso o velo, para indicar hueso y huelo, que podían confundirse con beso y velo (en esa época era común intercambiar las v y b) por lo que para evitar enredos, los monjes copistas decidieron colocar una h al principio para indicar el sonido vocálico; y dado que el diptongo VE se transforma en O, no se requería la h en las palabras derivadas. Si está pensando en hospedar y huésped, esas haches vienen directamente del latín. Para finalizar, es cursilería extrema, casi rayana en bardajismo, pronunciar en nuestro idioma la V diferente de la B, es decir labiodental la primera y labial la segunda; por cierto, error este muy frecuente, y de paso irritante, entre muchos profesionales de la radio y televisión.
Marcial Fonseca
Como siempre, el artículo de este mes es para hablar, sin rigor filológico, del lenguaje. Recordemos que todo el 2005 está siendo dedicado a la celebración de los primeros cuatrocientos años de esa obra monumental que es Don Quijote; esto nos lleva a Miguel de Cervantes y a su muerte, ocurrida el 23 de abril de 1616 y que es el porqué el 23 de este mes es consagrado al idioma. Acotemos, aunque ya muy trillado, que en esa misma fecha, ojo, fecha, también falleció William Shakespeare; pero se ha repetido hasta la saciedad que no murieron el mismo día por seguir Inglaterra el calendario juliano, mientras España, usaba el gregoriano. A pesar de lo manido, se siguen oyendo voces sobre lo asombroso de esta coincidencia. Regresemos al castellano, y expongamos curiosidades idiomáticas. Una que siempre llama la atención son las combinaciones de cómo y el verbo ir. En efecto, a un amigo se le preguntaría ¿cómo te va? cuando queremos saber cómo está o cómo se siente; pero fijémonos en que ese va es la tercera persona del singular, pero se está usando el te, correspondiente a la segunda persona (tú). Ahora, al mismo amigo también le puedo decir ¿cómo te vas?, aquí el vas si corresponde al tú igual que la partícula te; pero se está inquiriendo sobre qué medio usará para movilizarse. Vean cómo cambia si el amigo es tratado de usted. Diríamos ¿cómo le va? y ¿cómo se va?, nótese la misma conjugación correspondiente a la tercera persona (él) en ambos casos, pero para diferenciar el cómo está de cómo partirá usamos le y se respectivamente. Una curiosidad que debe tener una explicación sencilla, pero que escapa al autor. También llama la atención el que existan palabras para designar cosas que no merecen ser mencionadas. ¿Ha pensado usted, amigo lector, en el nombre de las esquinas de los colchones o almohadas? Aunque parezca mentira, la palabra existe y es cogujón. Y hablando de palabras raras, ¿cómo se llama el sudor que no es sudor, sino una ligera humedad en la piel? Por si no lo sabía, es mador; así que si quiere ser pedante, puede decir estoy madoroso. Ahora la curiosidad favorita. Huérfano, huevo, hueco, hueso, producen orfandad, óvalo, oquedad y óseo; esto es, pierden la h. La razón es sencilla. En los inicios del idioma, la letra V, ve pequeña o uve, suplía dos funciones, una vocálica, la u de hoy, y la propia de la v de victoria. Así, se escribía veso o velo, para indicar hueso y huelo, que podían confundirse con beso y velo (en esa época era común intercambiar las v y b) por lo que para evitar enredos, los monjes copistas decidieron colocar una h al principio para indicar el sonido vocálico; y dado que el diptongo VE se transforma en O, no se requería la h en las palabras derivadas. Si está pensando en hospedar y huésped, esas haches vienen directamente del latín. Para finalizar, es cursilería extrema, casi rayana en bardajismo, pronunciar en nuestro idioma la V diferente de la B, es decir labiodental la primera y labial la segunda; por cierto, error este muy frecuente, y de paso irritante, entre muchos profesionales de la radio y televisión.
Marcial Fonseca
martes, 29 de marzo de 2005
Sobre las putas tristes del Gabo
El Mundo - 29/3/2005
En la reciente novela del tercer premio Nobel de Suramérica, en verdad que muchos de sus admiradores quedamos con la sensación de que el gran escritor, por alguna razón desconocida, alargó artificialmente la idea del anciano que decide aceptar la oferta de su proxeneta particular de brindarle un virgo. Y yendo al texto, lo primero que choca al lector es encontrarse frases o ideas, que ya son famosas en el Gabo, y que lo hicieron uno de los más grandes del boom literario latinoamericano. Aquí vale la pena recordar que el mismo García Márquez dijo que no se debe exponer al lector a leer dos veces una misma frase; y es lo que hace él cuando nos dice (pag. 13) cuando una persona muere los piojos que incuban en la pelambre escapan pavoridos; esto junto con las uñas que no dejan de crecer, con aureolas de mariposas, los chorros de sangre que serpentean kilómetros, eran las marcas de este escritor en el siglo XX, y que claramente lo inmortalizarán; pero releerlas nos revelan a un escritor cansado. Aunque el realismo mágico son fantasías que la credibilidad del relato y la maestría del escritor nos las hacen ver como realidades, es muy cuesta arriba pensar que un hombre con ya evidente atrofia testicular pueda saborear las mieles ácidas de una virgen; además de que, desde el principio, el lector intuye que el acto sexual no se consumará por lo grotesco que sería describir, entre un anciano de 90 años y una niña de 14, una penetración, sobre todo cuando las primeras letras necesitarán del auxilio de los dedos por la pérdida de su significado. En verdad, es preferible que los cuentos cortos los deje como cuentos cortos. Los amigos del Gabo, más por amistad que por sinceros, han querido colocar la obra de marras entre los clásicos del español; entre estos críticos destaca la opinión del padre de Maqroll el Gaviero, más que la amistad, está la paisanía; y por esta misma causa, otro escritor colombiano, ciertamente no amigo, diría que García Márquez se fue por un desbarrancadero. Ahora, lo que llama la atención a este cronista es la forma como algunos de los que han opinado sobre la obra han tratado el error que apareció en los primeros ejemplares. En efecto, en la página 119 dice: Hagamos una apuesta de viejos: el que muera primero se queda con todo lo del otro, firmado ante notario; esto, que aparece en los ejemplares originales vendidos en Colombia y Venezuela, y que es un sinsentido, fue detectado por Darío Samper (quizás familia de ese gran humorista paisano Daniel Samper) y por nuestro Roberto Malaver, y notificado al Gabo, que cambió el texto a: el que sobreviva se queda con todo. Se quiso ver la primera frase, y su posterior cambio, como algo ex profeso para castigar a los corsarios editoriales, en vez de como lo que es, muestra de senilidad.
Marcial Fonseca
En la reciente novela del tercer premio Nobel de Suramérica, en verdad que muchos de sus admiradores quedamos con la sensación de que el gran escritor, por alguna razón desconocida, alargó artificialmente la idea del anciano que decide aceptar la oferta de su proxeneta particular de brindarle un virgo. Y yendo al texto, lo primero que choca al lector es encontrarse frases o ideas, que ya son famosas en el Gabo, y que lo hicieron uno de los más grandes del boom literario latinoamericano. Aquí vale la pena recordar que el mismo García Márquez dijo que no se debe exponer al lector a leer dos veces una misma frase; y es lo que hace él cuando nos dice (pag. 13) cuando una persona muere los piojos que incuban en la pelambre escapan pavoridos; esto junto con las uñas que no dejan de crecer, con aureolas de mariposas, los chorros de sangre que serpentean kilómetros, eran las marcas de este escritor en el siglo XX, y que claramente lo inmortalizarán; pero releerlas nos revelan a un escritor cansado. Aunque el realismo mágico son fantasías que la credibilidad del relato y la maestría del escritor nos las hacen ver como realidades, es muy cuesta arriba pensar que un hombre con ya evidente atrofia testicular pueda saborear las mieles ácidas de una virgen; además de que, desde el principio, el lector intuye que el acto sexual no se consumará por lo grotesco que sería describir, entre un anciano de 90 años y una niña de 14, una penetración, sobre todo cuando las primeras letras necesitarán del auxilio de los dedos por la pérdida de su significado. En verdad, es preferible que los cuentos cortos los deje como cuentos cortos. Los amigos del Gabo, más por amistad que por sinceros, han querido colocar la obra de marras entre los clásicos del español; entre estos críticos destaca la opinión del padre de Maqroll el Gaviero, más que la amistad, está la paisanía; y por esta misma causa, otro escritor colombiano, ciertamente no amigo, diría que García Márquez se fue por un desbarrancadero. Ahora, lo que llama la atención a este cronista es la forma como algunos de los que han opinado sobre la obra han tratado el error que apareció en los primeros ejemplares. En efecto, en la página 119 dice: Hagamos una apuesta de viejos: el que muera primero se queda con todo lo del otro, firmado ante notario; esto, que aparece en los ejemplares originales vendidos en Colombia y Venezuela, y que es un sinsentido, fue detectado por Darío Samper (quizás familia de ese gran humorista paisano Daniel Samper) y por nuestro Roberto Malaver, y notificado al Gabo, que cambió el texto a: el que sobreviva se queda con todo. Se quiso ver la primera frase, y su posterior cambio, como algo ex profeso para castigar a los corsarios editoriales, en vez de como lo que es, muestra de senilidad.
Marcial Fonseca
miércoles, 16 de marzo de 2005
Midiendo la tensión
El Mundo - 16/3/2005
.
Compa Rogelio, bedel por más de cuarenta y cinco años en la única escuela de Duaca, despertó de la siesta antes de lo previsto porque se sentía mal; el brazo izquierdo le dolía aunque no había dormido sobre él, la quijada también le molestaba y tuvo ganas compulsivas de liberar sus vísceras. Su mujer no supo qué hacer, así que envió a su hijo a buscar al vecino, gran amigo de su esposo porque compartían una gran cultura etílica, además, como cronista de la ciudad que era y por lo tanto custodio de la historia del pueblo, estaba escribiendo las memorias de Compa Rogelio, personaje folklórico de referencia de Lara. De hecho, ya había finalizado la etapa de investigación, había recolectado más de cien anécdotas. Entre ellas destacaban dos, la primera: la maestra le preguntó ¿Simón Bolívar murió en? y el niño Rogelio contestó rápidamente Fermo; y la otra, fue al hospital a recoger a su compañero de farra, Piñita, quien ya iba para tres meses como jefe del economato; le preguntó al portero por él, aquel le contestó que lo esperara porque estaba operando. Cónchale, sentenció el Rogelio ya adulto, tan solo en noventa días llegó a médico, No sea bolsa, replicóle el otro, está haciendo del cuerpo. Pero regresemos al malestar de marras. El amigo vino de inmediato, y le preguntó por los síntomas, Me duele el brazo izquierdo, tuve que ir al excusado y estoy sudando frío, Eso puede ser el corazón, usted sabe, los años, así que tenemos que adelantarnos, vámonos para el hospital, el director es mi amigo y vamos a pedirle que le chequee la tensión. Y partieron en el viejo willys del vecino. Compa Rogelio tenía la cara desencajada, caminaba con dificultad, la camisa estaba empapada; el brazo se le iba hacia dentro como si no tuviera fuerza para sostener la mano alineada. El hospital quedaba a menos de seis cuadras, pero por unos trabajos de cloacas, había toda una calle abierta, por lo que había que dar un rodeo de casi tres kilómetros. Tomaron dirección norte; el cronista quiso animarlo, Cómo se sientes, Bien; pero parece como si me estuvieran presionando el pecho, Respire hondo, y no se preocupe, no hay tráfico, ya llegamos. Al tomar dirección sur, con el hospital a quince manzanas, Rogelio cerró los ojos, Compa, qué le pasa, tiene sueño, No, es para descansar, creo que me estoy aliviando, ya no estoy sudando, Aguante nada más, en menos de dos minutos estamos allá. El conductor estacionó el vehículo y le dijo a su amigo, Ya estamos aquí, le pido una camilla, No te preocupes, creo que ya estoy bien, puedo caminar, Está bien, vamos para que lo vea el doctor, aquí no necesitamos cita. Al franquear la puerta, preguntaron por el director, Está en su despacho, le contestaron, Bueno, vaya y pídale que le midan la tensión, es aquella oficina. El enfermo se dirigió hacia donde le indicó su amigo, empujo los batientes y en menos de tres segundos estaba de vuelta donde su vecino que le preguntó, Compa Rogelio, le midieron la tensión, No, me la llamaron.
Marcial Fonseca
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Compa Rogelio, bedel por más de cuarenta y cinco años en la única escuela de Duaca, despertó de la siesta antes de lo previsto porque se sentía mal; el brazo izquierdo le dolía aunque no había dormido sobre él, la quijada también le molestaba y tuvo ganas compulsivas de liberar sus vísceras. Su mujer no supo qué hacer, así que envió a su hijo a buscar al vecino, gran amigo de su esposo porque compartían una gran cultura etílica, además, como cronista de la ciudad que era y por lo tanto custodio de la historia del pueblo, estaba escribiendo las memorias de Compa Rogelio, personaje folklórico de referencia de Lara. De hecho, ya había finalizado la etapa de investigación, había recolectado más de cien anécdotas. Entre ellas destacaban dos, la primera: la maestra le preguntó ¿Simón Bolívar murió en? y el niño Rogelio contestó rápidamente Fermo; y la otra, fue al hospital a recoger a su compañero de farra, Piñita, quien ya iba para tres meses como jefe del economato; le preguntó al portero por él, aquel le contestó que lo esperara porque estaba operando. Cónchale, sentenció el Rogelio ya adulto, tan solo en noventa días llegó a médico, No sea bolsa, replicóle el otro, está haciendo del cuerpo. Pero regresemos al malestar de marras. El amigo vino de inmediato, y le preguntó por los síntomas, Me duele el brazo izquierdo, tuve que ir al excusado y estoy sudando frío, Eso puede ser el corazón, usted sabe, los años, así que tenemos que adelantarnos, vámonos para el hospital, el director es mi amigo y vamos a pedirle que le chequee la tensión. Y partieron en el viejo willys del vecino. Compa Rogelio tenía la cara desencajada, caminaba con dificultad, la camisa estaba empapada; el brazo se le iba hacia dentro como si no tuviera fuerza para sostener la mano alineada. El hospital quedaba a menos de seis cuadras, pero por unos trabajos de cloacas, había toda una calle abierta, por lo que había que dar un rodeo de casi tres kilómetros. Tomaron dirección norte; el cronista quiso animarlo, Cómo se sientes, Bien; pero parece como si me estuvieran presionando el pecho, Respire hondo, y no se preocupe, no hay tráfico, ya llegamos. Al tomar dirección sur, con el hospital a quince manzanas, Rogelio cerró los ojos, Compa, qué le pasa, tiene sueño, No, es para descansar, creo que me estoy aliviando, ya no estoy sudando, Aguante nada más, en menos de dos minutos estamos allá. El conductor estacionó el vehículo y le dijo a su amigo, Ya estamos aquí, le pido una camilla, No te preocupes, creo que ya estoy bien, puedo caminar, Está bien, vamos para que lo vea el doctor, aquí no necesitamos cita. Al franquear la puerta, preguntaron por el director, Está en su despacho, le contestaron, Bueno, vaya y pídale que le midan la tensión, es aquella oficina. El enfermo se dirigió hacia donde le indicó su amigo, empujo los batientes y en menos de tres segundos estaba de vuelta donde su vecino que le preguntó, Compa Rogelio, le midieron la tensión, No, me la llamaron.
Marcial Fonseca
jueves, 3 de marzo de 2005
Avatares de una madre
El Mundo - 3/3/2005
Sabía que ante las ausencias de su padre por razones de trabajo, la madre había asumido todos los roles de la casa. Les revisaba las tareas; distribuía las labores domésticas entre todos los hermanos para que fueran aceptando que el trabajo era lo que los haría útiles en la vida. Estas actividades no se limitaban a limpiar la cocina, o a lavar el baño; la cena de los sábados era hecha por los varones, la del domingo por las niñas. Cada quien era responsable de lavar su ropa interior; los varones debían planchar sus camisas, las hembras, responsables de zurcir cualquier prenda rota o descosida. La madre siempre daba muestras de ingenio, a pesar de no saber leer ni escribir; por ello era famosa su manera de chequear las tareas escolares, sobre todo empezando las primeras letras. Cuando les iba a preguntar una página del libro Mamá me ama, la progenitora le pedía a la vecina que le leyera la página de marras, y así evitaba que la engañaran. Pero donde era realmente sobresaliente era en el arte del regateo. Una vez fue con sus hijos a Sears; y salió muy molesta porque no pudo conseguir que le rebajaran en ninguno de los productos que quería comprar. El hijo mayor recordaba una anécdota que se llevó varias semanas. Todo empezó cuando él le criticó ese afán regateador; ella le contestó que mediante ese arte se aprendía a negociar, a saber hasta cuándo se podía pedir y hasta para estudiar las emociones del contrario. El hijo le replicó que pedir una rebaja era muy fácil, un precio más bajo del que le estaban ofreciendo, la madre lo retó a que le demostrara que podía conseguir algo a menor precio, y no era un simple menor valor, tenía que ser algo sustancialmente inferior. Él aceptó. Y se fue al mercado de ropas y compró un pantalón; en su casa mostró la mercancía. Mamaíta, me pidieron 7000 bolívares y me lo rebajaron a 6 mil; Hijo, a usted le falta mucho, a mí me lo hubieran dejado en 4 mil. El hijo no se dio por vencido, compraría algo con más del 40 % de descuento, y se fue a la zona de las zapaterías. Consiguió un portugués amigo que le dejo un par de mocasines en 6000 bolívares, se ahorró 4 mil. Ya en su casa le contó a su madre la ganga que había conseguido. Ella tomó los zapatos, los examinó y comentó, No, hijo, siga aprendiendo, yo los hubiese comprado en cinco mil bolívares. El muchacho no quería dejarse ganar, pero no sabía cómo conseguir tan altos descuentos. Estuvo varios días pensando, hasta que se le ocurrió una idea. Se fue a un mercado de ropa de segunda mano y se compró una camisa realmente barata, mil quinientos bolívares; salió con ella puesta y se fue a su casa a mostrársela a su madre. No sabía qué le diría; pensaba en el precio, no podía ser muy alto porque la calidad y la primera mano lo delatarían. ¿Qué diría?, ¿que le pidieron 6; 7 u 8 mil?; mientras caminaba hacia la vivienda, se le prendió el bombillo; estaba seguro de que ganaría. Madre, le dijo muy orondo, fíjese, y asía una de las mangas, pasé por una tienda y me regalaron esta camisa; la señora se le acercó, se puso los lentes y examinó cuidadosamente la prenda, movió la cabeza de un lado a otro y le recriminó al hijo, Hijo, usted si es tonto, a mí me hubiesen dado dos.
Marcial Fonseca
Sabía que ante las ausencias de su padre por razones de trabajo, la madre había asumido todos los roles de la casa. Les revisaba las tareas; distribuía las labores domésticas entre todos los hermanos para que fueran aceptando que el trabajo era lo que los haría útiles en la vida. Estas actividades no se limitaban a limpiar la cocina, o a lavar el baño; la cena de los sábados era hecha por los varones, la del domingo por las niñas. Cada quien era responsable de lavar su ropa interior; los varones debían planchar sus camisas, las hembras, responsables de zurcir cualquier prenda rota o descosida. La madre siempre daba muestras de ingenio, a pesar de no saber leer ni escribir; por ello era famosa su manera de chequear las tareas escolares, sobre todo empezando las primeras letras. Cuando les iba a preguntar una página del libro Mamá me ama, la progenitora le pedía a la vecina que le leyera la página de marras, y así evitaba que la engañaran. Pero donde era realmente sobresaliente era en el arte del regateo. Una vez fue con sus hijos a Sears; y salió muy molesta porque no pudo conseguir que le rebajaran en ninguno de los productos que quería comprar. El hijo mayor recordaba una anécdota que se llevó varias semanas. Todo empezó cuando él le criticó ese afán regateador; ella le contestó que mediante ese arte se aprendía a negociar, a saber hasta cuándo se podía pedir y hasta para estudiar las emociones del contrario. El hijo le replicó que pedir una rebaja era muy fácil, un precio más bajo del que le estaban ofreciendo, la madre lo retó a que le demostrara que podía conseguir algo a menor precio, y no era un simple menor valor, tenía que ser algo sustancialmente inferior. Él aceptó. Y se fue al mercado de ropas y compró un pantalón; en su casa mostró la mercancía. Mamaíta, me pidieron 7000 bolívares y me lo rebajaron a 6 mil; Hijo, a usted le falta mucho, a mí me lo hubieran dejado en 4 mil. El hijo no se dio por vencido, compraría algo con más del 40 % de descuento, y se fue a la zona de las zapaterías. Consiguió un portugués amigo que le dejo un par de mocasines en 6000 bolívares, se ahorró 4 mil. Ya en su casa le contó a su madre la ganga que había conseguido. Ella tomó los zapatos, los examinó y comentó, No, hijo, siga aprendiendo, yo los hubiese comprado en cinco mil bolívares. El muchacho no quería dejarse ganar, pero no sabía cómo conseguir tan altos descuentos. Estuvo varios días pensando, hasta que se le ocurrió una idea. Se fue a un mercado de ropa de segunda mano y se compró una camisa realmente barata, mil quinientos bolívares; salió con ella puesta y se fue a su casa a mostrársela a su madre. No sabía qué le diría; pensaba en el precio, no podía ser muy alto porque la calidad y la primera mano lo delatarían. ¿Qué diría?, ¿que le pidieron 6; 7 u 8 mil?; mientras caminaba hacia la vivienda, se le prendió el bombillo; estaba seguro de que ganaría. Madre, le dijo muy orondo, fíjese, y asía una de las mangas, pasé por una tienda y me regalaron esta camisa; la señora se le acercó, se puso los lentes y examinó cuidadosamente la prenda, movió la cabeza de un lado a otro y le recriminó al hijo, Hijo, usted si es tonto, a mí me hubiesen dado dos.
Marcial Fonseca
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