Tal Cual - 15/1/2002
En los últimos meses, nuestra madre no rondaba por los pasillos de la casa; las bendiciones nos las impartía desde su lecho de enferma, donde la placidez de su rostro anhelaba una muerte que se acercaba distraída. El jardín mostró los efectos de su ausencia: un hermoso y esbelto mamón se derrumbó a los días de su partida. Ahora su impronta se presenta por ráfagas, envuelta en recuerdos desordenados; saltando de una época a otra. Por allá aflora la etapa de la primaria, cuando sutilmente nos exigía la lectura del libro de primer grado, porque aparte de progenitora, fue la maestra que nos enseñó a todos a leer, así como también a sumar, o a ser diligentes. La adustez desaparecía por el amor con que lograba que los números estuviesen correctos o las planas derechitas. Cuando teníamos que andar solos, y ya era bachillerato, en el corredor se oía, a las tres de la mañana, su venir para despertarnos de madrugada y así ser los mejores del colegio. Minutos después llegaba con una taza de café y un plato de tajadas. Mientras estudiábamos, ella se ocupaba de las otras tareas de la casa que alternaba con las confecciones de los pantalones, camisas o vestidos que vestirían a la familia. Las memorias pasan de Duaca a Siquisique. Una hermana nos dejó; las lágrimas de la madre cobijaron la desnudez de la hija y el intenso dolor hizo que sus huellas y las de nuestro padre se hicieran más comunes. Su carácter atemporal, y quizás por ello más consustancial con la realidad de la vida, nos lleva a un incidente callejero del marido que la preocupó; pero que supo encarar con entereza: le sirvió para enfrentar, días más tarde, a los hombres que buscaron venganza. Mi padre, en la intimidad de la alcoba, sugirió la posibilidad de pedir un traslado en el trabajo a otra ciudad. La respuesta fue que prefería un valiente muerto a un cobarde vivo. El autor evoca las reminiscencias anteriores desde que su madre, la señora Enoe, abandonara este mundo el pasado 24 de diciembre. Sus recuerdos y bondad nos acompañan.
Marcial Fonseca
martes, 15 de enero de 2002
martes, 18 de diciembre de 2001
Noticias del año 9948
Tal Cual - 18/12/2001
En el camino accedió a su correo interactivo, y se enteró de la próxima Cumbre del Pacífico. También leyó sobre el monstruo marino, que ya lo describían como un pulpo gigantesco. De su pasión, el fútbol, la noticia reseñaba que la Copa Mundial, a celebrarse en dos años, contaría con ciento cuarenta y cuatro países. Le vino a la mente que ya se había anotado en ocho quinielas en su oficina, y en cuatro, vía pannet. De las noticias, concluyó que el mundo seguía su giro normal. Leyó el mensaje del secretario de Asuntos Exteriores de su país que lo felicitaba por sus doce años en la Agencia. Pasó, después de leída la nota, al resumen de noticias externas. Los católicos seguían proponiendo que la reforma del calendario se llevara a cabo en el mes de octubre, no importaba el año, pero sí el mes. Farinha sabía el porqué de octubre. Era cuando había menos fiestas religiosas en la liturgia católica. Los protestantes consideraban esto un punto de honor. Las burlas que aparecían en la prensa por los artículos sobre su comportamiento cuando se hizo la reforma anterior, en el siglo XVI, milenio II, eran suficiente humillación y por ello no aceptaban que la fecha fuese impuesta por Roma. Los musulmanes y los judíos no presentaban mayores objeciones, ellos estaban acostumbrados a manejarse con dos calendarios, uno religioso y otro para las relaciones seculares. Le llamó la atención una noticia dentro de la sección de curiosidades, sobre Especuzuela, país este que quería iniciar una campaña diplomática para que en el mundo la volviesen a llamar Venezuela. El nombre lo había perdido, informalmente, en el siglo L, milenio V, cuando ya llevaban más de ciento setenta y cuatro revoluciones, doscientos quince golpes de Estado y nueve guerras civiles.
Todo porque el pueblo, soliviantado por sus líderes, creía que las alzas de los precios eran producto de los especuladores, nombre con que eran conocidos los comerciantes en la Venezuela de ese entonces. Ellos eran los culpables, opinaba el pueblo, de que el país estuviese al nivel de las islas de Papúa, Nueva Guinea. La noticia caía dentro de curiosidades porque hoy Especuzuela, ayer Venezuela, declaraba formalmente que los precios los dictaba el mercado. Esta declaración iba acompañada de la eliminación del Ministerio de Fijación de Precios de los Bienes de Consumo, que por cierto era más poderoso que el Ministerio de la Defensa. Con este paso importante esperaba recuperar su nombre, aunque quizás no los territorios que ya Brasil, Guyana y Colombia consideraban como suyos. El periodista cerraba el comentario dando esperanza a la batida diplomática, porque en el pasado había ocurrido algo similar. Turquía, en el siglo XX, milenio II, había reclamado, muy diplomáticamente por supuesto, al Gobierno japonés, que se estuviese usando la misma palabra, Toruko, para denominar a Turquía y a los sitios públicos donde los visitantes eran bañados por mujeres desnudas. El pueblo nipón, de suyo muy obediente, rebautizó a dichos sitios con otro nombre, muy gringo por cierto, soapland. Lo anterior es parte del libro de relatos La nube en el cielo, del autor de la crónica.
Marcial Fonseca
En el camino accedió a su correo interactivo, y se enteró de la próxima Cumbre del Pacífico. También leyó sobre el monstruo marino, que ya lo describían como un pulpo gigantesco. De su pasión, el fútbol, la noticia reseñaba que la Copa Mundial, a celebrarse en dos años, contaría con ciento cuarenta y cuatro países. Le vino a la mente que ya se había anotado en ocho quinielas en su oficina, y en cuatro, vía pannet. De las noticias, concluyó que el mundo seguía su giro normal. Leyó el mensaje del secretario de Asuntos Exteriores de su país que lo felicitaba por sus doce años en la Agencia. Pasó, después de leída la nota, al resumen de noticias externas. Los católicos seguían proponiendo que la reforma del calendario se llevara a cabo en el mes de octubre, no importaba el año, pero sí el mes. Farinha sabía el porqué de octubre. Era cuando había menos fiestas religiosas en la liturgia católica. Los protestantes consideraban esto un punto de honor. Las burlas que aparecían en la prensa por los artículos sobre su comportamiento cuando se hizo la reforma anterior, en el siglo XVI, milenio II, eran suficiente humillación y por ello no aceptaban que la fecha fuese impuesta por Roma. Los musulmanes y los judíos no presentaban mayores objeciones, ellos estaban acostumbrados a manejarse con dos calendarios, uno religioso y otro para las relaciones seculares. Le llamó la atención una noticia dentro de la sección de curiosidades, sobre Especuzuela, país este que quería iniciar una campaña diplomática para que en el mundo la volviesen a llamar Venezuela. El nombre lo había perdido, informalmente, en el siglo L, milenio V, cuando ya llevaban más de ciento setenta y cuatro revoluciones, doscientos quince golpes de Estado y nueve guerras civiles.
Todo porque el pueblo, soliviantado por sus líderes, creía que las alzas de los precios eran producto de los especuladores, nombre con que eran conocidos los comerciantes en la Venezuela de ese entonces. Ellos eran los culpables, opinaba el pueblo, de que el país estuviese al nivel de las islas de Papúa, Nueva Guinea. La noticia caía dentro de curiosidades porque hoy Especuzuela, ayer Venezuela, declaraba formalmente que los precios los dictaba el mercado. Esta declaración iba acompañada de la eliminación del Ministerio de Fijación de Precios de los Bienes de Consumo, que por cierto era más poderoso que el Ministerio de la Defensa. Con este paso importante esperaba recuperar su nombre, aunque quizás no los territorios que ya Brasil, Guyana y Colombia consideraban como suyos. El periodista cerraba el comentario dando esperanza a la batida diplomática, porque en el pasado había ocurrido algo similar. Turquía, en el siglo XX, milenio II, había reclamado, muy diplomáticamente por supuesto, al Gobierno japonés, que se estuviese usando la misma palabra, Toruko, para denominar a Turquía y a los sitios públicos donde los visitantes eran bañados por mujeres desnudas. El pueblo nipón, de suyo muy obediente, rebautizó a dichos sitios con otro nombre, muy gringo por cierto, soapland. Lo anterior es parte del libro de relatos La nube en el cielo, del autor de la crónica.
Marcial Fonseca
lunes, 12 de noviembre de 2001
Por culpa de un mal bachillerato
Tal Cual - 12/11/2001
El maracucho Herpí Caro Ramírez descubrió que tenía facultades extrasensoriales cuando se dio cuenta de que sus sueños eran premonitorios. Si soñaba con un muerto, alguien se moría; con un hospital, alguien se enfermaba. Muchas veces ni siquiera conocía a los afectados por sus sueños, lo cual, consideraba él, lo hacía universal. Luego incursionó en la numerología, pero no ganaba en las loterías. Un día que no pudo apostar, los penúltimo y último números de la pirámide numerológica fueron el 20 y el 2, y el segundo sorteo arrojó el 720. Entonces develó el misterio: la última cifra indicaba el orden del sorteo; la anterior, el premio, y que él no jugara. También se había hecho experto en el horóscopo. Por eso, cuando la bruja de la mañana del canal felino renunció, se propuso concursar por el puesto. Movió sus contactos y lo llamaron para el casting. Los únicos participantes fueron Caro y alguien que venía de un canal de poca cobertura. La prueba consistiría en vaticinar la suerte de dos signos y analizar la numerología del día. El maracucho, que se había preparado muy bien y lo único en su contra era su sobrepeso, se paró frente al micrófono: "Libra: amigos, ustedes deben buscar un equilibrio en la vida; no pueden presentarse a la faena diaria sin ver las dos vertientes del problema; es perentorio que sepan elegir el camino apropiado entre las dos rutas que tienen al frente. Virgo: los de este signo deben prestar especial cuidado a las cosas por estrenar que se consigan por ahí. Deben sopesar si penetrar lo que no está abierto para ustedes los meterá en problemas". Ahora venía la estocada final: "Amigos, no sólo les voy a dar el número ganador, también les diré en cuál sorteo saldrá. Hoy es 26/02/2001. Empezando por la izquierda, agrupando de dos en dos y sumando, nos queda 8221, repitiendo, 103, luego 13 y finalmente 4. Esto es, en el cuarto sorteo de hoy, el 13 nos dará el premio. Eso es todo". El jefe del panel le dio las gracias y que mañana informarían de la decisión. A las 8:00 pm, Caro prendió el televisor. Cuando dieron el número ganador, buscó una botella de whisky para celebrar, no mucho porque había decidido no esperar la llamada del canal, se iría directamente a la planta de televisión. A las 9:00 am estaba en la oficina del ejecutivo. Sin saludar, le dijo: "Me gané el puesto, ¿verdad?"; "Ninguno de los dos acertó el número, en los astros estuvieron igual; pero el otro tiene mejor imagen, así que será para él"; "Pero si yo acerté el número"; "¿Cómo que acertó? Si salió 169; "Bueno, gané"; "No le entiendo"; "Fíjese, salió 169, y 13 es la raíz cuadrada de 169, o al revés, trece al cuadrado es 169"; "No sé de qué habla. Está decidido, el puesto es del otro". Así fue como Herpí Caro Ramírez no obtuvo el puesto por el mal bachillerato de un ejecutivo.
Marcial Fonseca
El maracucho Herpí Caro Ramírez descubrió que tenía facultades extrasensoriales cuando se dio cuenta de que sus sueños eran premonitorios. Si soñaba con un muerto, alguien se moría; con un hospital, alguien se enfermaba. Muchas veces ni siquiera conocía a los afectados por sus sueños, lo cual, consideraba él, lo hacía universal. Luego incursionó en la numerología, pero no ganaba en las loterías. Un día que no pudo apostar, los penúltimo y último números de la pirámide numerológica fueron el 20 y el 2, y el segundo sorteo arrojó el 720. Entonces develó el misterio: la última cifra indicaba el orden del sorteo; la anterior, el premio, y que él no jugara. También se había hecho experto en el horóscopo. Por eso, cuando la bruja de la mañana del canal felino renunció, se propuso concursar por el puesto. Movió sus contactos y lo llamaron para el casting. Los únicos participantes fueron Caro y alguien que venía de un canal de poca cobertura. La prueba consistiría en vaticinar la suerte de dos signos y analizar la numerología del día. El maracucho, que se había preparado muy bien y lo único en su contra era su sobrepeso, se paró frente al micrófono: "Libra: amigos, ustedes deben buscar un equilibrio en la vida; no pueden presentarse a la faena diaria sin ver las dos vertientes del problema; es perentorio que sepan elegir el camino apropiado entre las dos rutas que tienen al frente. Virgo: los de este signo deben prestar especial cuidado a las cosas por estrenar que se consigan por ahí. Deben sopesar si penetrar lo que no está abierto para ustedes los meterá en problemas". Ahora venía la estocada final: "Amigos, no sólo les voy a dar el número ganador, también les diré en cuál sorteo saldrá. Hoy es 26/02/2001. Empezando por la izquierda, agrupando de dos en dos y sumando, nos queda 8221, repitiendo, 103, luego 13 y finalmente 4. Esto es, en el cuarto sorteo de hoy, el 13 nos dará el premio. Eso es todo". El jefe del panel le dio las gracias y que mañana informarían de la decisión. A las 8:00 pm, Caro prendió el televisor. Cuando dieron el número ganador, buscó una botella de whisky para celebrar, no mucho porque había decidido no esperar la llamada del canal, se iría directamente a la planta de televisión. A las 9:00 am estaba en la oficina del ejecutivo. Sin saludar, le dijo: "Me gané el puesto, ¿verdad?"; "Ninguno de los dos acertó el número, en los astros estuvieron igual; pero el otro tiene mejor imagen, así que será para él"; "Pero si yo acerté el número"; "¿Cómo que acertó? Si salió 169; "Bueno, gané"; "No le entiendo"; "Fíjese, salió 169, y 13 es la raíz cuadrada de 169, o al revés, trece al cuadrado es 169"; "No sé de qué habla. Está decidido, el puesto es del otro". Así fue como Herpí Caro Ramírez no obtuvo el puesto por el mal bachillerato de un ejecutivo.
Marcial Fonseca
martes, 2 de octubre de 2001
¿Un milenio de felicidad?
Tal Cual - 2/10/2001
El autor pensaba dedicar esta columna al arzobispo anglicano James Usher, quien por allá por el siglo XVII, concluyó que Dios empezó la creación, Génesis 1.1, el 23 de octubre de 4004 AC, a las 10 am. Si hacemos rápidos cálculos, estaríamos rondando los seis mil años de tal hecho; y con un poco de abstracción mental, y yendo al Salmo 90, que reza que un día para el Creador son mil años para nosotros, podemos decir que el Hacedor entra en su séptimo día, y nosotros, en mil años con un Dios descansando; por lo que cabría preguntarnos: ¿serán de felicidad o de lamentos, ya que El no nos estará prestando atención? Pareciera que por lo ocurrido el 11 de setiembre en Estados Unidos (más que una barbaridad, un ejemplo de la estupidez humana), se nos avecina un milenio de cruenta actividad. Y lo de ese día, acompaña otros hechos trogloditas que están sucediendo por doquier. La humanidad, u Occidente, se está enfrentando a algo que no se veía desde las Cruzadas; es decir, a un choque entre dos civilizaciones, una de las cuales se inspira en su divinidad, y la otra, en patriotismo, defensa propia o cualquier otra tautología. El mundo donde vivimos ya fue testigo de dos guerras mundiales, cuyas causas no tuvieron razones teológicas. Pero el acto que acaba de ocurrir se escuda en una intolerancia fanática religiosa enfermiza, que del lado cristiano no es del todo ajena. Recordemos nada más la Inquisición, o la respuesta de Santo Domingo cuando le preguntaron cómo diferenciar los infieles de los católicos cuando se preparaban a asaltar un pueblo en manos de los primeros. La respuesta fue contundente: "Mátelos a todos, que Dios haga la separación en el cielo". Las acciones que generará la operación Libertad Duradera no deberían ser vistas como un ataque a una religión, pero por allá, en el Oriente Medio, eventualmente podrían considerarlas como una guerra contra el islamismo. Es triste, pero la Tierra podría estar presenciando el inicio de la tercera guerra mundial, que sería no convencional, donde los dos bloques se alimentarían de ideales basados en dos entelequias, de un lado llamada Alá, del otro Jehová, y ambas corresponden al nombre genérico de Dios, que es el placebo que le ha permitido al ser humano sobrevivir a sus miserias; pero que deja de ser la solución cuando pretendemos ser diferentes en su nombre.
Marcial Fonseca
El autor pensaba dedicar esta columna al arzobispo anglicano James Usher, quien por allá por el siglo XVII, concluyó que Dios empezó la creación, Génesis 1.1, el 23 de octubre de 4004 AC, a las 10 am. Si hacemos rápidos cálculos, estaríamos rondando los seis mil años de tal hecho; y con un poco de abstracción mental, y yendo al Salmo 90, que reza que un día para el Creador son mil años para nosotros, podemos decir que el Hacedor entra en su séptimo día, y nosotros, en mil años con un Dios descansando; por lo que cabría preguntarnos: ¿serán de felicidad o de lamentos, ya que El no nos estará prestando atención? Pareciera que por lo ocurrido el 11 de setiembre en Estados Unidos (más que una barbaridad, un ejemplo de la estupidez humana), se nos avecina un milenio de cruenta actividad. Y lo de ese día, acompaña otros hechos trogloditas que están sucediendo por doquier. La humanidad, u Occidente, se está enfrentando a algo que no se veía desde las Cruzadas; es decir, a un choque entre dos civilizaciones, una de las cuales se inspira en su divinidad, y la otra, en patriotismo, defensa propia o cualquier otra tautología. El mundo donde vivimos ya fue testigo de dos guerras mundiales, cuyas causas no tuvieron razones teológicas. Pero el acto que acaba de ocurrir se escuda en una intolerancia fanática religiosa enfermiza, que del lado cristiano no es del todo ajena. Recordemos nada más la Inquisición, o la respuesta de Santo Domingo cuando le preguntaron cómo diferenciar los infieles de los católicos cuando se preparaban a asaltar un pueblo en manos de los primeros. La respuesta fue contundente: "Mátelos a todos, que Dios haga la separación en el cielo". Las acciones que generará la operación Libertad Duradera no deberían ser vistas como un ataque a una religión, pero por allá, en el Oriente Medio, eventualmente podrían considerarlas como una guerra contra el islamismo. Es triste, pero la Tierra podría estar presenciando el inicio de la tercera guerra mundial, que sería no convencional, donde los dos bloques se alimentarían de ideales basados en dos entelequias, de un lado llamada Alá, del otro Jehová, y ambas corresponden al nombre genérico de Dios, que es el placebo que le ha permitido al ser humano sobrevivir a sus miserias; pero que deja de ser la solución cuando pretendemos ser diferentes en su nombre.
Marcial Fonseca
miércoles, 5 de septiembre de 2001
Dios también es cibernauta
Tal Cual - 5/9/2001
Rápidamente las horas se acercaban al momento esperado. El pastor no se veía nervioso. "Señores", decía a las audiencias presente y televisiva, "son las 9 am, en una hora exacta todo se habrá consumado". Desde que había asumido el mando de la iglesia Los que esperan el Apocalipsis, le había imprimido su audacia, pero la última era la más atrevida. El domingo pasado, con el templo lleno, un estrado con profusión de flores, un coro de 250 personas y transmisión en vivo, se dirigió a la feligresía: "Mis hijos, estoy feliz y a la vez triste. Se preguntarán por qué. Dios me habló y me dijo que para el próximo martes, a las 10 de la mañana, estaré con El, en su seno. Qué alegría no tener que esperar las trompetas del juicio final, no ver el levantar de los muertos. Sí, mi Señor obviará todo eso y me llevará a los cielos. Por ello estoy contento, aunque también compungido porque no estaré más con ustedes; pero el Padre Celestial les envió un mensaje conmigo: si para el día de mi muerte ustedes han remitido un millón de dólares, el Creador permitirá que continúe viviendo, que siga haciendo mi labor evangelizadora. Si esto es lo que desean, por favor llamen al 800 que está en sus pantallas, sólo tienen que teclear su tarjeta de crédito o de débito, la clave secreta y el monto de la contribución". Las horas empezaron a avanzar, así como el dinero a llegar. Para el martes a las nueve, había 910.000 dólares. "Estoy gozoso", dijo el predicador, "bien porque me quede o bien porque parta a los brazos de Dios". Había tensión en el ambiente. Todos estaban pendientes de la pantalla electrónica. Nueve cuarenta y 915.693 dólares. "Se acerca la hora", dijo el pastor a las 9:45, "ustedes ya han depositado 917.600 dólares. Me retiro a meditar por diez minutos en mi despacho". Abandonó el estrado, todo el mundo lo siguió con la mirada hasta que traspasó el cortinaje. Regresó a las 9:56; la pantalla mostraba 999.980 dólares. A las 9:59 y 999.998 abrió los brazos, miró hacia arriba y cerró los ojos; transcurrido un minuto, el tablero indicó la cantidad final: un millón tres dólares. Los presentes se pararon de sus asientos y empezaron a aplaudir, claramente emocionados porque se quedaría el reverendo; pero fueron enmudecidos cuando cayó al suelo, el predicador estaba muerto. Dios, frente a su monitor de Internet, había descubierto que el pastor llamó al número 800 y contribuyó con 82.350 dólares. Para eso fueron los cinco minutos de meditación.
Marcial Fonseca
Rápidamente las horas se acercaban al momento esperado. El pastor no se veía nervioso. "Señores", decía a las audiencias presente y televisiva, "son las 9 am, en una hora exacta todo se habrá consumado". Desde que había asumido el mando de la iglesia Los que esperan el Apocalipsis, le había imprimido su audacia, pero la última era la más atrevida. El domingo pasado, con el templo lleno, un estrado con profusión de flores, un coro de 250 personas y transmisión en vivo, se dirigió a la feligresía: "Mis hijos, estoy feliz y a la vez triste. Se preguntarán por qué. Dios me habló y me dijo que para el próximo martes, a las 10 de la mañana, estaré con El, en su seno. Qué alegría no tener que esperar las trompetas del juicio final, no ver el levantar de los muertos. Sí, mi Señor obviará todo eso y me llevará a los cielos. Por ello estoy contento, aunque también compungido porque no estaré más con ustedes; pero el Padre Celestial les envió un mensaje conmigo: si para el día de mi muerte ustedes han remitido un millón de dólares, el Creador permitirá que continúe viviendo, que siga haciendo mi labor evangelizadora. Si esto es lo que desean, por favor llamen al 800 que está en sus pantallas, sólo tienen que teclear su tarjeta de crédito o de débito, la clave secreta y el monto de la contribución". Las horas empezaron a avanzar, así como el dinero a llegar. Para el martes a las nueve, había 910.000 dólares. "Estoy gozoso", dijo el predicador, "bien porque me quede o bien porque parta a los brazos de Dios". Había tensión en el ambiente. Todos estaban pendientes de la pantalla electrónica. Nueve cuarenta y 915.693 dólares. "Se acerca la hora", dijo el pastor a las 9:45, "ustedes ya han depositado 917.600 dólares. Me retiro a meditar por diez minutos en mi despacho". Abandonó el estrado, todo el mundo lo siguió con la mirada hasta que traspasó el cortinaje. Regresó a las 9:56; la pantalla mostraba 999.980 dólares. A las 9:59 y 999.998 abrió los brazos, miró hacia arriba y cerró los ojos; transcurrido un minuto, el tablero indicó la cantidad final: un millón tres dólares. Los presentes se pararon de sus asientos y empezaron a aplaudir, claramente emocionados porque se quedaría el reverendo; pero fueron enmudecidos cuando cayó al suelo, el predicador estaba muerto. Dios, frente a su monitor de Internet, había descubierto que el pastor llamó al número 800 y contribuyó con 82.350 dólares. Para eso fueron los cinco minutos de meditación.
Marcial Fonseca
jueves, 9 de agosto de 2001
El velorio que viene
Tal Cual - 9/8/2001
La vida del loco Pedro era caminar por las vías aledañas e internas de Duaca con una marusa por equipaje; en ella había un cepillo de dientes, crema dental, papel periódico y jabón azul. Le decían loco porque para él casi nunca existía el mañana, sólo el hoy. No era exigente: que la quebrada, su baño particular, siempre llevara agua y que el bosque siguiera siendo su hogar. Cuando no deambulaba por ahí, se bañaba, dormía o simplemente pintaba héroes de la independencia en los bares de la zona; cada botiquín daba la bienvenida a sus clientes con un patriota montado en su caballo, ambos de agudo perfil. El loco Pedro tenía dos maneras de proveerse la comida, una era en las cantinas adornadas con su arte, donde siempre lo recibían con un plato de caraotas y arepa de maíz. El otro método que se ideó para hacerse de un condumio fueron los velorios. En un pueblo apegado a las tradiciones, los finados eran velados en sus casas. Pedro se hizo famoso por acompañar a los muertos toda la noche, cosa que agradecían los familiares brindándole una cena. El tomaba su costumbre muy en serio, de hecho se acomodaba para la ocasión: se abotonaba la camisa desde el primer botón. Cuando lo veían en la plaza, derechito, como edecán de Bolívar, con el cuello en alto, ya todos sabían que alguien había fallecido. Una vez el autor le preguntó sobre los últimos velorios. Con solemnidad, Pedro contestó: "Bastante bien, anoche estuve en uno. Estuvo chipén, chipén" y al decirlo se tamboreaba la barriga, "caldo de gallina, pan de trigo y cocuy". Mostraba una cara de satisfacción, había cumplido su deber, y había cenado bien. Continuó hablando, "Pero déjeme decirle que el velorio que viene será mucho mejor...", intrigado lo interrumpí, "¿Cómo sabe que será mejor?". Me contestó, "Na guará, la muerta de anoche era tía de un amigo mío, ahora la mamá está grave. Por lo menos, hervido de res y ron".
Marcial Fonseca
La vida del loco Pedro era caminar por las vías aledañas e internas de Duaca con una marusa por equipaje; en ella había un cepillo de dientes, crema dental, papel periódico y jabón azul. Le decían loco porque para él casi nunca existía el mañana, sólo el hoy. No era exigente: que la quebrada, su baño particular, siempre llevara agua y que el bosque siguiera siendo su hogar. Cuando no deambulaba por ahí, se bañaba, dormía o simplemente pintaba héroes de la independencia en los bares de la zona; cada botiquín daba la bienvenida a sus clientes con un patriota montado en su caballo, ambos de agudo perfil. El loco Pedro tenía dos maneras de proveerse la comida, una era en las cantinas adornadas con su arte, donde siempre lo recibían con un plato de caraotas y arepa de maíz. El otro método que se ideó para hacerse de un condumio fueron los velorios. En un pueblo apegado a las tradiciones, los finados eran velados en sus casas. Pedro se hizo famoso por acompañar a los muertos toda la noche, cosa que agradecían los familiares brindándole una cena. El tomaba su costumbre muy en serio, de hecho se acomodaba para la ocasión: se abotonaba la camisa desde el primer botón. Cuando lo veían en la plaza, derechito, como edecán de Bolívar, con el cuello en alto, ya todos sabían que alguien había fallecido. Una vez el autor le preguntó sobre los últimos velorios. Con solemnidad, Pedro contestó: "Bastante bien, anoche estuve en uno. Estuvo chipén, chipén" y al decirlo se tamboreaba la barriga, "caldo de gallina, pan de trigo y cocuy". Mostraba una cara de satisfacción, había cumplido su deber, y había cenado bien. Continuó hablando, "Pero déjeme decirle que el velorio que viene será mucho mejor...", intrigado lo interrumpí, "¿Cómo sabe que será mejor?". Me contestó, "Na guará, la muerta de anoche era tía de un amigo mío, ahora la mamá está grave. Por lo menos, hervido de res y ron".
Marcial Fonseca
martes, 17 de julio de 2001
Relato interactivo
Tal Cual - 17/7/2001
Era un ladrón ecológico. En bicicleta, de lycra, casco y lentes oscuros, recorría las urbanizaciones para estudiar el objetivo. La quinta seleccionada para esta noche tenía pocos ocupantes: un matrimonio y la hija de 20 años. <!--more--> Ingresó a la casa, la planta baja estaba silenciosa. En la sala consiguió una cartera con 50 mil bolívares; al lado, un reloj y dos anillos. Pasó a la biblioteca, vio un monedero, 30 mil bolívares más. Subió al segundo piso; una tenue cuchilla luminosa que salía de un cuarto llamó su atención. Afinó el oído, silencio absoluto. Llegó al halo de luz, que provenía de una hermosa luna llena. Entró a la habitación, la hija dormía boca arriba, una pierna hacía un delta con la otra. El camisón la cubría hasta la cadera, y por el calor, más que por moderna, no tenía pantaletas. El vello púbico estaba como peinado y convergía hacía la sonrisa vertical. Empezó a respirar diferente, se abrió el cierre del pantalón, se masturbaría; pero el negro triángulo hizo que se abalanzara sobre ella. Con una mano tapó su boca; con la otra, la despeinó. Ella no pudo gritar el final de su virginidad. Por los espasmos, le liberó la boca y un desgarrador "¡papá, papá!" inundó toda la casa. Rápidamente y con fuerza, clavó su antebrazo en la garganta de ella, se oyó el sordo sonido de la fractura de la laringe. El intruso se incorporó por los "¡hija, hija, qué pasa, qué pasa!" que venían del pasillo. Empuñó su revólver. La madre, llorando, abrazó a su hija, esta buscaba aire, el padre quería pedir ayuda, el ladrón que no se movieran. La joven se amorataba, la madre gritaba, el padre se enfurecía. La muchacha dio su postrer estertor, el progenitor saltó sobre el ladrón, que más ágil salió corriendo del cuarto, tropezó con una pared y rodó hasta el piso inferior, el padre se apoderó del arma y... Amigo lector, sea usted el padre y decida el final. Pero apresúrese, podrían acusarlo de violar los derechos humanos del delincuente.
Marcial Fonseca
Era un ladrón ecológico. En bicicleta, de lycra, casco y lentes oscuros, recorría las urbanizaciones para estudiar el objetivo. La quinta seleccionada para esta noche tenía pocos ocupantes: un matrimonio y la hija de 20 años. <!--more--> Ingresó a la casa, la planta baja estaba silenciosa. En la sala consiguió una cartera con 50 mil bolívares; al lado, un reloj y dos anillos. Pasó a la biblioteca, vio un monedero, 30 mil bolívares más. Subió al segundo piso; una tenue cuchilla luminosa que salía de un cuarto llamó su atención. Afinó el oído, silencio absoluto. Llegó al halo de luz, que provenía de una hermosa luna llena. Entró a la habitación, la hija dormía boca arriba, una pierna hacía un delta con la otra. El camisón la cubría hasta la cadera, y por el calor, más que por moderna, no tenía pantaletas. El vello púbico estaba como peinado y convergía hacía la sonrisa vertical. Empezó a respirar diferente, se abrió el cierre del pantalón, se masturbaría; pero el negro triángulo hizo que se abalanzara sobre ella. Con una mano tapó su boca; con la otra, la despeinó. Ella no pudo gritar el final de su virginidad. Por los espasmos, le liberó la boca y un desgarrador "¡papá, papá!" inundó toda la casa. Rápidamente y con fuerza, clavó su antebrazo en la garganta de ella, se oyó el sordo sonido de la fractura de la laringe. El intruso se incorporó por los "¡hija, hija, qué pasa, qué pasa!" que venían del pasillo. Empuñó su revólver. La madre, llorando, abrazó a su hija, esta buscaba aire, el padre quería pedir ayuda, el ladrón que no se movieran. La joven se amorataba, la madre gritaba, el padre se enfurecía. La muchacha dio su postrer estertor, el progenitor saltó sobre el ladrón, que más ágil salió corriendo del cuarto, tropezó con una pared y rodó hasta el piso inferior, el padre se apoderó del arma y... Amigo lector, sea usted el padre y decida el final. Pero apresúrese, podrían acusarlo de violar los derechos humanos del delincuente.
Marcial Fonseca
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