jueves, 28 de octubre de 2021

Frases imbéciles

Siempre nos ha llamado la atención cómo en situaciones cotidianas, anodinas, cuando queremos hablar de ellas, o simplemente ser retóricos, normalmente nos sale lo más imbécil de nosotros; y esto ocurre como individuos o como grupos. Quizás muchos pensarán en el tratado de mabitología de Aquiles Nazoa; pero no aspiramos a tanto; aunque el maestro identificó frases pavosas que deberían estar en nuestra lista. Sirvan de ejemplos, llamar a las prostitutas «mujeres de la vida»; despedir a los invitados con «vayan perdonando lo malo», o «el luto se lleva en el corazón».

Regresemos a lo nuestro y, entrando en materia, imagínense a dos esposas conversando en una mesa y sus maridos en otra; es seguro que una de ellas le dirá a la otra: «Mira pa’ allá, ¿qué estarán tramando esos muérganos?».

Justicia políticamente correcta

Los lodos que han dejado una ristra de países inservibles y que han hasta tratado de cambiar la manera de hablar y discernir vienen de los polvos de las convivencia, connivencia y actuaciones de una izquierda, ¿borbónica?, en las últimas décadas o siglos. La primera misión, arrodillar países en los que tienen funciones de gobierno hasta convertirlos en entelequias, proviene de la ceguera para entender la economía, sin darse cuenta de que ella tiene vida propia y siempre responderá a las ataduras que la quieran constreñir.

En países tras países han cometido los mismos errores; y en aquellos donde han logrado entender el meollo: dejar libre la economía y usar los impuestos para la distribución equitativa de la riqueza, han creado el híbrido capitalismo estatal, de suyo salvaje; pero ellos creen que están navegando su ideología.

Tremenduras borgianas

Tremenduras borgianas 

No sabe leer, pero sí contar

Desde que su madre lo dejó en la puerta de la escuela, a sus siete años, no sabía que aprendería tanto. Pronto, su timidez no le impidió disfrutar de lo que la maestra les explicaba sobre las letras, las sílabas. A medida que avanzaba, por allá en el tercer grado, aprendió que comer, cantar, amar se llamaban acciones; y que bonito, grande, audaz eran calificaciones. Aprendió lo engorroso de la conjugación verbal, sobre todo con ese sinsentido de vosotros amáis, vosotros coméis; nadie hablaba así.

Cuando en su casa compraron un televisor, y en el único canal transmitían de cuando en vez películas vaqueras, era imposible entretenerse con su vosotros no os mováis, o con jolines, vienen a por nosotros. Con las películas del cine no tenía dificultades porque su padre solo lo llevaba a ver las mexicanas; ya más crecidito aprendió que evitaba las otras películas por ser subtituladas.

El verso más conmovedor de la literatura universal

Para Jorge Luis Borges, la frase o verso de la literatura universal que más lo conmovió fueron los seis pies de tierra inglesa ofrecidos, y cedidos, al rey Harald III Hardrada de Noruega. El gran escritor conoció la frase en las sagas nórdicas de Snorri Sturluson. He aquí un resumen de lo escrito por el poeta islandés.

En el siglo XI, los hermanos y condes ingleses Tostig y Harold se enemistaron; el segundo logró que el monarca reinante expulsara al primero. Posteriormente, Harold asumió el reinado de Inglaterra y fue conocido como Harold II. Tostig, en su exilio, convenció al rey Harald III Hardrada de Noruega de que invadiera Inglaterra.

En las vicisitudes de la guerra, se encuentran frente a frente soldados a caballo de ambos bandos. Del lado inglés sale un grupo de jinetes a dialogar con el lado noruego.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Otra anécdota de mi padre

Ahora una anécdota que cae en el mundo de lo escatológico. 


Como saben, en Lara no tenemos playa, bueno, por ahí hay unos playones, pero eso es otra cosa. Retomando el hilo, a falta de playas, nos vamos a los ríos, bien equipados con cerveza, ron y cocuy, aunque parezca mentira únicos remedios para el frio nocturno y para sus acompañantes, los ruidosos mosquitos. Luego de repartirnos las tareas, mejor dicho que los adultos (mi padre y su compadre) nos dijeran a los muchachos que andábamos (mi cuñado y yo) qué hacer, a mí me tocó el sancocho del sábado. Gracias a las enseñanzas de mi madre, corté las vituallas, seleccioné el agua del rio en un lugar lejos de los bañistas; y había hecho un sabroso sofrito. Mi padre se sentó a mi lado mientras yo cuidaba la sazón del condumio. En eso una mosca, mejor dicho un moscardón de esos verdes cayó en la olla. De inmediato murió, inclusive las patitas, desprendidas, flotaban en el caldo. Rápidamente tomé un cucharón y la saqué, y a sus desparramados miembros también. 

Mi padre, asquiento él, me dijo que él no iba a comer. Pero papá, me disculpé yo mientras sacaba lo que pudiera quedar del animalejo en la olla, vea, estoy sacando todo, hasta el agua que la rodea. No, hijo, insistió, yo no voy a comer eso. Papa, dije yo con una piedra salvadora, si la candela mata todo. Mi padre, pensativo y también buen jugador de dominó me espetó, Hijo, ¿usted se comería un mojón frito? Se me quitaron a mí también las ganar de comer sancocho.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una anécdota de mis padres.

Ellos siempre salían en un viejito willys, azul ya descolorido. Como ya no estaba para mucho trote, el carrito, siempre les estaba echando vainas. Pero lo más problemático de las averías era el triángulo de seguridad, que no tenían y unas charamizas hacían el papel. Una vez, luego de cobrado el aguinaldito, compraron uno. Muy ufanos lo guardaron debajo del asiento del conductor. A los días se vieron en la necesidad de utilizarlo. No conseguían el problema y la noche se acercaba; pero luego el carro prendió. Muy alegre iban llegando a Duaca cuando mi papa le pregunta a mama, Enoe, que así se llamaba, tú recogiste el triángulo, Ay no, Antonio, lo dejamos. Sin tener que esperar diciembre, se compraron otro. Ahora fue una llanta; lo malo era la lluvia y que el gato no era muy bueno; pero antes de que se les durmieran las rodillas, cambiaron el caucho; no tuvieron que llegar a Duaca para descubrir que ese otro triángulo también se había perdido. Mi padre, muy inteligente él, se compró otro, pero le puso un guaral de 20 metros de largo y el otro extremo lo ató a una de las patas de los asientos anteriores. Claro, también olvidaban recogerlo; pero al menos hacía ruido, y no se les perdió ninguno otro.