Desde que su madre lo dejó en la puerta de la escuela, a sus siete años, no sabía que aprendería tanto. Pronto, su timidez no le impidió disfrutar de lo que la maestra les explicaba sobre las letras, las sílabas. A medida que avanzaba, por allá en el tercer grado, aprendió que comer, cantar, amar se llamaban acciones; y que bonito, grande, audaz eran calificaciones. Aprendió lo engorroso de la conjugación verbal, sobre todo con ese sinsentido de vosotros amáis, vosotros coméis; nadie hablaba así.
Cuando en su casa compraron un televisor, y en el único canal transmitían de cuando en vez películas vaqueras, era imposible entretenerse con su vosotros no os mováis, o con jolines, vienen a por nosotros. Con las películas del cine no tenía dificultades porque su padre solo lo llevaba a ver las mexicanas; ya más crecidito aprendió que evitaba las otras películas por ser subtituladas.