Ellos siempre salían en un viejito willys, azul ya descolorido. Como ya no estaba para mucho trote, el carrito, siempre les estaba echando vainas. Pero lo más problemático de las averías era el triángulo de seguridad, que no tenían y unas charamizas hacían el papel. Una vez, luego de cobrado el aguinaldito, compraron uno. Muy ufanos lo guardaron debajo del asiento del conductor. A los días se vieron en la necesidad de utilizarlo. No conseguían el problema y la noche se acercaba; pero luego el carro prendió. Muy alegre iban llegando a Duaca cuando mi papa le pregunta a mama, Enoe, que así se llamaba, tú recogiste el triángulo, Ay no, Antonio, lo dejamos. Sin tener que esperar diciembre, se compraron otro. Ahora fue una llanta; lo malo era la lluvia y que el gato no era muy bueno; pero antes de que se les durmieran las rodillas, cambiaron el caucho; no tuvieron que llegar a Duaca para descubrir que ese otro triángulo también se había perdido. Mi padre, muy inteligente él, se compró otro, pero le puso un guaral de 20 metros de largo y el otro extremo lo ató a una de las patas de los asientos anteriores. Claro, también olvidaban recogerlo; pero al menos hacía ruido, y no se les perdió ninguno otro.