El Mundo / Sábado / Caracas , 16 de Junio de 2007
«Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran» Se habían visto sin detallarse mucho; para ella, era un simple y lejano conocido; pero para él, esa mujer era la perfección hecha realidad. El rostro irradiaba sensualidad, zanganería y belleza; el cuerpo, empezando por arriba, imponía unas bellas turgencias, seguía un hermoso valle y la sonrisa vertical era una abultada colina flanqueada por dos esbeltas columnas. No hallaba cómo entrarle y decidió valerse de esa maravilla que la tecnología moderna ha puesto a nuestra disposición para unirnos tanto de cerca como de lejos: internet. Con mañas consiguió su correo y empezó un cruce de mensajes anónimos; al principio exploratorios e inocuos, los primeros chistes fueron insípidos, luego subieron de tono; él se identificaba como "tu viejito", ella como "la tía maravilla"; pero él la llamaba mi cucona. Nunca se dijeron dónde vivían. Pasaron a hacerse confesiones de cómo los había tratado la vida, de amores anteriores, que a él lo ponían celoso, y así fue naciendo una relación. Las preguntas iniciales de si lo de ellos sería solamente virtual los llevó a cómo se satisfarían si pudieran encontrarse. Ella confesaba que se humedecía allá abajo de sólo leer sus palabras. La mujer le facilitó su celular; oírla al teléfono hizo que se enamorara más; supo descubrir en las inflexiones de su voz hasta cuando quería que la mimaran, al menos de palabras, y que a él le salían del corazón. Sí, era la mujer de su vida. Los correos electrónicos también se volvieron atrevidos; ya ella enviaba fotos, vestida y ocultando el rostro primero, luego en ropa interior y siempre del cuello hacia abajo; él se limitaba a solazarse; y ella se excitaba con los comentarios telefónicos que, como decía, la ponían maluca; sobre todo cuando él le describía cómo la masajearía del cuello a sus nalgas; cómo le levantaría el trasero para observarla desde atrás. La pasión se fue acrecentando y los deseos se hicieron inaguantables. Tenían que pasar a los hechos, él insinuó un encuentro, mas ella creyó que eso sería imposible; se lo imaginaba lejos, muy lejos, internet era espacio, distancia, separación, globalidad; pero cuál no sería su sorpresa cuando se enteró de que vivían en el mismo país y en la misma ciudad; él logró convencerla y acordaron una cita en un centro comercial. El hombre le pidió que se vistiera de azul para la ocasión, sabía que tanto cielo lo merecía; él le describió su vestimenta, pantalones beige, camisa de rayas azules, zapatos negros. Llegó el momento y él asistió al sitio acordado antes de la hora, se ocultó en una esquina del restaurante, la vio llegar; estaba hermosa, realmente era una hembra; pero algo en ella no encajaba. Luego de que la mujer de su sueño se ubicara en una mesa, se le acercó; estaba emocionado, tantas palabras cibernéticas se convertirían en realidad. La saludó con garbo, se sentó; ella se extrañó, quiso decirle que esperaba a alguien; pero se percató de cómo andaba vestido él. La mujer se vio su ropa con pena, no era azul, era un gris triste para que no la reconocieran; el hombre comprendió que aquello no iba a funcionar, se levantó, y se marchó. Ella no hizo ningún intento por retenerlo, no veía en él el tipo que se había imaginado.
Marcial Fonseca