El Mundo - 6/10/2005
Para Juan José Syclón fue frustrante que Internet le recordara la poquedad que su esposa le recriminaba; y en verdad que nunca pensó que algo tan frío como una computadora también se burlaría de él. En realidad la vida no lo había tratado bien; ya desde su nacimiento todo le salía mal. Cuando su padre lo presentó en el Registro Civil, ante la pregunta de cómo se llamaría el niño, el progenitor contestó Jefferson Byron y el secretario del Registro Civil lo miró de arriba a abajo y pensó para sí Juan José y va bien; y así se quedó. Esto lo supo por allá en quinto grado, cuando ya sus compañeros lo habían apodado Elbor. Al percatarse de cómo sonaba la combinación del alias y su apellido, decidió identificarse como Jefferson Byron; pero los enredos burocráticos le impidieron hacer el cambio oficialmente, y en la práctica la burocracia se convirtió en su enemiga. Ahí estaba el error en su certificado de educación primaria; en éste aparecía natural de Caracas porque los dos compañeros que lo precedían en la lista que la escuela envió al Ministerio de Educación, lo eran, y la maestra por pereza colocó dos comillas, lo que lo hizo caraqueño a él. Tres años estuvo esperando para que el gazapo fuera enmendado. Uno de los percances que más lo marcó fue cuando cayó preso por una simple pelea callejera; pero como se perdieron los papeles que indicaban la causa de su detención, el juez local no encontró qué motivo usar para liberarlo. Gracias a una campaña del periódico regional, salió libre de la prefectura del pueblo luego de dos años de encierro. Sin saberlo, Juan José Syclón se emparentó con Tribulí, unos de los compañeros de celda de Marco Polo en su pasantía por una cárcel genovesa. Antes de los treinta años, se casó con una mujer que no aspiraba mucho; pero que tampoco se conformaba con lo poco que él le ofrecía; es más, según ella misma confesaba a sus comadres, no había salido preñada porque su marido no era muy profundo. Sin amigos, sin familiares y con una esposa no muy solidaria; se había sumergido en el mundo de Internet. Se hizo un experto navegador y era miembro de aquellos sitios que promovían la amistad cibernética; recibía al día más de cincuenta emilios y tres o cuatro veces a la semana participaba en algún chat. Por ello, cuando la red lo acusó de lo mismo que su esposa; se sintió desilusionado. Esa noche, luego de una frugal cena y de una insulsa conversación con su mujer, se encerró a chatear. Colocó su dirección electrónica y su palabra clave; la máquina le dijo que ésta debía ser cambiada. Era la primera vez que lo hacía y no quería complicarse la vida, así que ante la pregunta Nuevo código de acceso, intentó con el anterior pero escrito al revés: esneral; la respuesta fue No se aceptan combinaciones de códigos ya usados; entonces, en un destello de autoestima, colocó en Nuevo código de acceso: mipene; la respuesta le dolió: Es muy corto.
Marcial Fonseca