El Mundo - 23/8/2005
A J.F. Camacaro, por la idea La conoció en el Parque del Este y los primeros encuentros no salieron de ahí porque él no tenía cómo pagar un hotel; pero como ella se enamoró, el joven estudiante ahorró durante tres meses para llevarla al Texas Dreams. Llegaron al hotel, él pagó y subieron a la habitación. Ambos estaban nerviosos. Se besaban, pero no se atrevían a pasar a más; pero luego de unos 30 minutos, se calmaron y se metieron a la cama. Él demostró, si no su veteranía, sí su juventud. Ella, como toda mujer casada, no recordaba haber tenido nunca dos orgasmos en una misma sesión amorosa, mucho menos cuatro. La segunda vez el nerviosismo disminuyó, estuvieron más tiempo, y él hizo un excelente papel. La mujer se quejó de que tanto tiempo entre citas era muy duro; pero no hallaron manera de resolver el asunto. Ella decidió tomar una arriesgada decisión; le pidió a su mejor amiga, que vivía en el mismo edificio, que les permitiera verse en su apartamento; la amiga se negó complemente, le explicó que las citas debían ser lo más alejadas posible del vecindario. No hizo caso, e invitó al joven a su propio hogar. La primera vez fue muy tensa, menos de una hora y no una muy buena ejecución. Para la segunda; él estuvo más tiempo. La vecina seguía aconsejándola de que era un error montar cacho en la cama donde dormía con su marido. Llegó la tercera vez; los escarceos de siempre, mejor ejecución; ella más feliz y luego a descansar. El tiempo sobraba, el esposo llegaría en unas 4 horas. Cuando un ligero sueño los invadía, sintieron unos fuertes golpes en la puerta, ella brincó de la cama; él hizo lo propio y se vistió, ella no sabía qué hacer; el joven se asomó al balcón y calibró los dos pisos, la mujer dudaba entre limpiarse el pecado y secarse la emoción o vestirse para abrir la puerta; los manotazos continuaban, fuertes y secos, y luego pasaron a sordos, prueba de que estaban usando el canto de la mano empuñada. Recuperaron el aire, y él le preguntó si su esposo tenía pistola, que para qué contestó ella, Coño, para matarme, No, no tiene. Esto lo alivió. ¿Carga algún cuchillo?, Claro que no, respondió ella. El escándalo seguía, el joven estaba seguro de que si se lanzaba por la ventana sufriría más daño que si lo enfrentaba. Habían transcurrido apenas 45 segundos que ya eran una eternidad. Qué le digo porque la llave está metida en la cerradura, Le dices que estabas limpiando y a cada momento ibas al bajante, y eso explicará porque estás tan sudada. En un arrebato de valor, él le dijo que enfrentaría la situación. Abre la puerta, yo corro después de que él entre, Está bien, dijo la mujer. Los golpes no amainaban, ella se dirigió a la entrada, él se acomodó detrás de un mueble que lo ocultaría del esposo y luego huiría una vez el marido se dirigiera a la habitación. Ella sudaba copiosamente, el amante estaba tenso, la mujer abrió la puerta y quedó sorprendida cuando le dijeron, ¡Ajá! ¡Y si no hubiese sido yo¡ ¡Ah! ¡Si no hubiese sido yo!? Era su mejor amiga.
Marcial Fonseca