Tal Cual / Escribir y Publicar #28 (España) - 19/2/2002
Desde su adolescencia, se había dedicado a conocer el sexo femenino, sus pliegues, sus olores. Cuando veía una hembra, movía los ojos entre el bajo vientre y la cara; y siempre su imaginación traspasaba las telas. Las mujeres observadas se tapaban con la cartera o esquivaban la mirada. La que se asomó por la esquina lo impresionó. Hermosa, cabello negro y suelto, tez blanca, labios carnosos; caminaba con desenfado, la falda era ajustada al cuerpo y la frente de Venus no se notaba, brotaba. No recordaba haber visto algo igual. Empezó a pasear la vista entre la cadera y el rostro; la mujer respondió mirándolo a los ojos, que no lo amilanó, y luego ella se puso en el camino de él, éste sintió un ligero temor; pero siguió en su afán. Chocarían si alguno de los dos no variaba el rumbo. "Te aseguro que no has visto una más grande que ésta", le espetó ella y lo sorprendió; jamás había enfrentado una hembra tan osada. Debía pensar rápidamente una respuesta similar para demostrar que era un hombre en todos los terrenos. "Por supuesto que no he visto nada tan grande", contestó mientras buscaba una frase contundente que lo pusiese al mismo nivel de desparpajo, "pero te aseguro que no te la han besado como yo lo haría". Ella, que buscaba vencer a un atrevido del sexo opuesto, quedó perpleja. La respiración se le hizo más intensa de sólo pensar qué podría hacerle. Sintió un leve humedecer allá abajo. "Demuéstramelo. Yo vivo a la vuelta de la esquina"; "Vamos". Una vez en el lugar, él impidió que ella se lavara; le dijo que la esencia era el todo; la volvió a perturbar. La desvistió, la acostó; besó sus pezones y luego, con maestría, bajó a la negra montaña. Realmente era una bella colina. En la posición que estaban, la mujer se veía descomunal. Los vellos eran abundantísimos, esto le gustó a él; era extremista, el monte debía ser una verdadera maraña o un desierto, no le gustaban los términos medios. Olisqueaba, y en cada inhalación absorbía algo de ella; le abrió las piernas y le levantó los muslos; de lo profundo salió el perfume vital. Empezó a saborearla desde el inicio de las posaderas hasta el borde superior de los vellos. Un aroma cobrizo se amalgamó con el que salía del túnel natal y con el del sudor de las orillas. Restregó su cara por todo el sexo; regresó al reducto inferior, pasó por la gruta maravillosa y se detuvo en el botón sagrado; luego le separó los labios externos. Ella sentía que todo él era un pene y quiso corresponder, ser toda vagina, y concentrándose en los músculos uterinos empezó a succionar con fuerza; él ubicó la boca sublime, ella sintió que algo áspero empezó a penetrarla. Las manos todavía sostenían los pliegues; pero ya la nariz había encontrado su camino; la mujer siguió succionando; y el hombre, sumergiéndose, colocó sus brazos a lo largo de su cuerpo con lo que aligeró la entrada y desapareció por completo cuando sintió que los espasmos de ella coincidían con los suyos.
Marcial Fonseca