Tal Cual - 18/12/2001
En el camino accedió a su correo interactivo, y se enteró de la próxima Cumbre del Pacífico. También leyó sobre el monstruo marino, que ya lo describían como un pulpo gigantesco. De su pasión, el fútbol, la noticia reseñaba que la Copa Mundial, a celebrarse en dos años, contaría con ciento cuarenta y cuatro países. Le vino a la mente que ya se había anotado en ocho quinielas en su oficina, y en cuatro, vía pannet. De las noticias, concluyó que el mundo seguía su giro normal. Leyó el mensaje del secretario de Asuntos Exteriores de su país que lo felicitaba por sus doce años en la Agencia. Pasó, después de leída la nota, al resumen de noticias externas. Los católicos seguían proponiendo que la reforma del calendario se llevara a cabo en el mes de octubre, no importaba el año, pero sí el mes. Farinha sabía el porqué de octubre. Era cuando había menos fiestas religiosas en la liturgia católica. Los protestantes consideraban esto un punto de honor. Las burlas que aparecían en la prensa por los artículos sobre su comportamiento cuando se hizo la reforma anterior, en el siglo XVI, milenio II, eran suficiente humillación y por ello no aceptaban que la fecha fuese impuesta por Roma. Los musulmanes y los judíos no presentaban mayores objeciones, ellos estaban acostumbrados a manejarse con dos calendarios, uno religioso y otro para las relaciones seculares. Le llamó la atención una noticia dentro de la sección de curiosidades, sobre Especuzuela, país este que quería iniciar una campaña diplomática para que en el mundo la volviesen a llamar Venezuela. El nombre lo había perdido, informalmente, en el siglo L, milenio V, cuando ya llevaban más de ciento setenta y cuatro revoluciones, doscientos quince golpes de Estado y nueve guerras civiles.
Todo porque el pueblo, soliviantado por sus líderes, creía que las alzas de los precios eran producto de los especuladores, nombre con que eran conocidos los comerciantes en la Venezuela de ese entonces. Ellos eran los culpables, opinaba el pueblo, de que el país estuviese al nivel de las islas de Papúa, Nueva Guinea. La noticia caía dentro de curiosidades porque hoy Especuzuela, ayer Venezuela, declaraba formalmente que los precios los dictaba el mercado. Esta declaración iba acompañada de la eliminación del Ministerio de Fijación de Precios de los Bienes de Consumo, que por cierto era más poderoso que el Ministerio de la Defensa. Con este paso importante esperaba recuperar su nombre, aunque quizás no los territorios que ya Brasil, Guyana y Colombia consideraban como suyos. El periodista cerraba el comentario dando esperanza a la batida diplomática, porque en el pasado había ocurrido algo similar. Turquía, en el siglo XX, milenio II, había reclamado, muy diplomáticamente por supuesto, al Gobierno japonés, que se estuviese usando la misma palabra, Toruko, para denominar a Turquía y a los sitios públicos donde los visitantes eran bañados por mujeres desnudas. El pueblo nipón, de suyo muy obediente, rebautizó a dichos sitios con otro nombre, muy gringo por cierto, soapland. Lo anterior es parte del libro de relatos La nube en el cielo, del autor de la crónica.
Marcial Fonseca