Tal Cual - 17/7/2001
Era un ladrón ecológico. En bicicleta, de lycra, casco y lentes oscuros, recorría las urbanizaciones para estudiar el objetivo. La quinta seleccionada para esta noche tenía pocos ocupantes: un matrimonio y la hija de 20 años. <!--more--> Ingresó a la casa, la planta baja estaba silenciosa. En la sala consiguió una cartera con 50 mil bolívares; al lado, un reloj y dos anillos. Pasó a la biblioteca, vio un monedero, 30 mil bolívares más. Subió al segundo piso; una tenue cuchilla luminosa que salía de un cuarto llamó su atención. Afinó el oído, silencio absoluto. Llegó al halo de luz, que provenía de una hermosa luna llena. Entró a la habitación, la hija dormía boca arriba, una pierna hacía un delta con la otra. El camisón la cubría hasta la cadera, y por el calor, más que por moderna, no tenía pantaletas. El vello púbico estaba como peinado y convergía hacía la sonrisa vertical. Empezó a respirar diferente, se abrió el cierre del pantalón, se masturbaría; pero el negro triángulo hizo que se abalanzara sobre ella. Con una mano tapó su boca; con la otra, la despeinó. Ella no pudo gritar el final de su virginidad. Por los espasmos, le liberó la boca y un desgarrador "¡papá, papá!" inundó toda la casa. Rápidamente y con fuerza, clavó su antebrazo en la garganta de ella, se oyó el sordo sonido de la fractura de la laringe. El intruso se incorporó por los "¡hija, hija, qué pasa, qué pasa!" que venían del pasillo. Empuñó su revólver. La madre, llorando, abrazó a su hija, esta buscaba aire, el padre quería pedir ayuda, el ladrón que no se movieran. La joven se amorataba, la madre gritaba, el padre se enfurecía. La muchacha dio su postrer estertor, el progenitor saltó sobre el ladrón, que más ágil salió corriendo del cuarto, tropezó con una pared y rodó hasta el piso inferior, el padre se apoderó del arma y... Amigo lector, sea usted el padre y decida el final. Pero apresúrese, podrían acusarlo de violar los derechos humanos del delincuente.
Marcial Fonseca