El Nacional - 27/2/2001
Siempre relacionaba lo aprendido en el aula con lo que veía en la calle; por ello escribió Josephina porque así se escribía Phillips Morris; pero en la primera semana de cuarto grado descubrió que el mundo real cabía en sus apuntes de clase. Se alegró mucho al comprobar que en el fondo de las botellas de cocuy decía claramente 0,70 litros, la definición que su maestro había dado de botella como unidad de volumen. Cada día la escuela le daba una nueva pieza de cotidianidad. Partir una arepa le sugería las fracciones que el maestro había mencionado. Al oír al campesino hablar de sus tres hectáreas, pensó en los cien metros de una cuadra, por lo que tres manzanas daban idea del tamaño de la parcela. Las enseñanzas también le servían para discrepar de la realidad. "El jugo gástrico puede disolver un pedazo de cuero", le enseñaron en quinto grado. "Mamá, el chicle no se empelota en el estómago porque el jugo gástrico lo disuelve todo, así que no importa si me lo trago". El sexto grado lo puso en contacto con la historia. Las plazas y los monumentos empezaron a tener más sentido; y que su padre, en Caracas, le mostrara el balcón desde donde Madariaga indujo al pueblo para que rechazara a Emparan, fue una gran cosa. En bachillerato sabría el porqué de las olas, el porqué de las fases lunares; pero lo que más le llamaba la atención era el inglés. Entender El llanero solitario, el de las películas del cine, sin necesidad de los subtítulos, sería una maravilla. El primer año y el inglés llegaron. Dedicaba su tiempo al nuevo idioma. El I am, you are, he is, le parecían fáciles; sólo que no hallaba cómo llevarlo a la tranquila vida de Duaca. Su padre ya no era el corroborador de los apuntes de clase, al menos en lo atinente al inglés. El profesor te aclaró que ayes yes no era así sí. Las clases avanzaban. Chair, table, car, house, dog, cat, man, woman. Descubría similitudes: a las preguntas le decían cuestiones; pero no columbraba cómo cotejarlas con su ambiente. Todo cambió un día. El profesor enseñaba cosas menos concretas. Pasó de window a clean, de child a beautiful. Y finalmente de engine a battery, y esta palabra la conocía, estaba en el tablero del carro. Siempre creyó que battery era una palabra mal escrita. Así que su padre sí tenía saber, debía conocerlas porque estaba ahí. Llegó a su casa; y luego que su padre terminó la siesta, se lo llevó al carro. "Papá, me enseñaron que battery es batería...". "Sí, hijo, e indica cuándo deben prenderse las luces para no quemar el alternador". "Papá, ¡y temperature es temperatura!". "Sí, hijo, y para que vaya aprendiendo, la aguja me dice si puedo arrancar el carro...". "¿Qué significa si está en C?", lo interrumpió. "Hijo", contestó con voz pedagógica, "caliente; para andar un carro, este debe estar caliente". "Aja, papá, ¿y en H?". "Carajo, hijo", con un tono de reproche porque el hijo no atrapaba la lógica de las palabras, "hirviendo; y aprenda, nunca maneje un carro hirviendo".
Marcial Fonseca