El Nacional - 9/8/2000
Aclaremos, empezando, que no nos estamos refiriendo al omnipresente, omnisapiente, omnímodo Dios, con D mayúscula; el que acompañó a Moisés en su peregrinar por el desierto; el que guió a Mahoma en su creación islámica y en su Hégira; el que envió a Jesús a inmolarse por la humanidad para que el hombre se recuperara de la caída original. No, vamos a hablar del dios con d minúscula; el de la gran mayoría de seres humanos, que en su incapacidad de aprehender el concepto Dios, se ve en la necesidad de crear uno, y de bajarlo de los cielos a su minucia de vida para entremezclarlo con la miseria cotidiana, con las pasiones humanas y, por ello, convertirlo en simplemente un dios.
Lo quiere en la tierra para que le resuelva sus problemas y para que le indique su futuro. Para cualquier faceta de vivir, este hombre busca la señal que ese dios disminuido le coloca por ahí para que las lea. En las mañanas, va al horóscopo para escudriñar los mensajes que él, desde arriba, le manda; los sueños son para que juegue en las loterías las edades de las personas que evoca en ellos; el número que aparece en grandes caracteres en el periódico o cualquier cosa que no comprenda, es él comunicándose. Había una viejita, en la carretera Lara-Zulia, que hábilmente le sacaba provecho a esto. Se apostaba en una bomba, y se le acercaba a los conductores. Les decía que era el último Kino que le quedaba, que la ayudaran. Por la mente del chofer pasaba la idea de que era dios que se la había enviado. De esta manera, vendía todos sus kinos. Por supuesto, hay otros más inteligentes, y con más suerte que la viejita. Están en la radio y en la televisión vendiendo sexo tántrico; o usando cartas cualesquiera para indicarnos el futuro; o, los intelectualoides, enriqueciéndose con los libros de autoayuda; o, los parapsicólogos leyendo los cuerpos opacos para aclararnos el pasado y pintarnos las mañanas.
Ellos han descubierto que en la cobardía humana tienen un filón. Este hombre en su pequeñez, en su vacuidad, ha declarado que está hecho a semejanza de Dios (Gen. 1.26), y en su afán de imitarlo, de hacerlo su lacayo, lo ha convertido en dios. Con esto simplemente busca sobreponerse a su miedo natural, atávico, que lleva por dentro. Este querer parecerse a él, le ha traído choques mentales que resuelve inventando el diablo para culparlo si no se cumple la lectura que ha hecho de los mensajes divinos; también crea diversos emisarios de ese dios, que cree ver en paredes desconchadas, árboles, todos o simplemente en maderas raídas. Según unas tablillas que reposan en el Museo Británico, Moisés previó que la vanidad de creernos iguales a Dios haría que lo imitáramos; por lo que nunca conseguiríamos la felicidad (Samuel Rothgolberd, "Moses and the Exodus", British Museum Journal, número 24, marzo de 1948). Muchas personas tienden a llamar a este dios como el dios de los ignorantes; realmente es una insensatez e insensibilidad extremas; decir eso es como burlarse de la ceguera de un ciego.
Marcial Fonseca