El Nacional - 23/11/1999
"... la muerte no le para a las burlas. Bien sabe ella que cada cosa tiene su tiempo" José Saramago Yendo de Lagunillas a Ciudad Ojeda, a la altura de Tasajeras, aparece una mujer vestida de blanco, casi siempre sola, aunque a veces la acompaña un perro de ojos fucsia y de rabo bifilar; otras, un gallo de cresta anaranjada; en estos casos, se limitará a caminar imponentemente por el hombrillo. No hay, empero, que confundirla con La Caminadora, que vestida de negro, camina despacio para ser alcanzada por los hombres (por esos lares, las mujeres no salen de noche, como debe ser). Su broma se limitará a sonreír y mostrar unos colmillos sangrientos; al desmayarse la víctima, ella desaparecerá.
Pero regresemos a nuestra señora. Cuando se materializa, que no es todas las noches, se le ven los pies, flota; aún así el brillante y largo vestido no roza el pavimento. Unas veces le da por producir un frío infernal, de tal magnitud que los lugareños dicen que llegaron los hielitos de diciembre; otras, se dedica a arrebolar la mano a conductores solitarios, hombres, no mujeres, porque es un alma en pena de una dama que a principio de siglo murió el día anterior de su matrimonio. Si logra ser visteada, se montará en el asiento delantero; en caso contrario, se ubicará en el posterior para que la vean por el espejo retrovisor; abandonará el carro bien si no es divisada, bien cuando el chofer se prive, que no es cuestión de morir dos veces.
En la Luna llena, tiene la facultad de desdoblarse, por lo que puede montarse en más de dos autos, pero no más de nueve al mismo tiempo. Se sabe de una vez que se subió a siete vehículos simultáneamente; ese día se reportaron cinco muertes en un choque múltiple. Si alguien pregunta por el accidente, la respuesta es la señal de la cruz. Los choferes, para ganarle la partida, o se hacen acompañar de alguien, que no es fácil porque el miedo es libre u obstruyen el espejo con el antebrazo y la mano la usan como gríngola; ésto si se ven obligados a pasar por ahí a la hora de las apariciones; que normalmente es cerca de la medianoche, exactamente a trece minutos para las doce; si a la una de la madrugada no ha pasado nadie, ella se esfumará para otro día, que la paciencia también tiene su tiempo. Una vez un conductor, irreverente él, iba poco a poco, y no sólo no evitó verla sino que cuando la vio, se orilló y frenó tan cerca que casi la atropella. Rápidamente se bajó y se dirigió al espíritu, fue tal la sorpresa de éste, que sus ojos empezaron a lanzar feroces y cegadores haces de luz; él, con garbo, se limitó a ponerse unos lentes oscuros y continuó hacia el espanto. "mire", le dijo, "yo quería que se me apareciese; una pregunta: Allá, del otro lado, ¿cómo es la vaina: castigan a uno, lo queman o qué?, usted sabe, es para ver si me compongo o sigo gozando la vida". Por supuesto, ésto fue mucha falta de respeto para con una fantasma, y se desvaneció ofendida.
Marcial Fonseca