El Nacional - 11/3/1999
Esperando benevolencia por la irritante primera persona, el autor narrará una anécdota de su hija de cuatro años, relacionada con el bello relato recogido en Cuentos Grotescos, de José Rafael Pocaterra, y que es título prestado a esta nota. Durante el carnaval pasado, conté a mi niña un resumen de la historia. Aparté al niño y a la abuelita, e hice énfasis en que era una maestra tan flaca que los alumnos le decía la I latina. Se dirigía a ellos en susurro. Y papá qué es susurro. Estaba enferma, tenía tos; caminaba muy lentamente. Los pulmones, congestionados. Y papá por qué. Una vez se presentó una suplente, y otra vez al día siguiente y al día siguiente. Los niños, preocupados, fueron a visitarla y la consiguieron muerta, en su urna. Y papá qué es muerta. Y papá qué es urna. Hasta el martes carnestolendo, la narración se repitió varias veces, con sus matices, y siempre con profusión de preguntas. El miércoles de ceniza, después del preescolar, me esperaba ansiosamente. -Papá -muy agitada- mi maestra es flaquita y tiene tos. -Hija, ¿y cómo habla? -Habla duro -contestó con cara de esperanza. -¡Ah! no le pasará nada -y la alegría volvió a su carita.
Marcial Fonseca