El Nacional - 15/11/1998
A mi padre, por la idea Como uno de los tantos personajes del Barquisimeto de ayer, el vecindario era su mundo. Pero cuando ejercía el oficio de estirador de zapatos, por lo inmenso de sus pies, se aventuraba fuera del barrio y llegaba al centro; donde vivía su novia de pensamiento. Recorría toda la calle; y aunque ella no notaba su presencia, él caminaba orgullosamente calzado. Cuando el caballo se paró en su ventana, sabía que tenían que ser unos zapatos finos. El joven le dijo que le pagaría tres lochas, en vez de medio, para que no se los quitara durante dos días, ni siquiera para dormir. De paso, le dio un par de medias. Esa tarde visitó a su novia; que como siempre no lo vio. Ya de noche, no tuvo problemas para dormir con los zapatos puestos. Al día siguiente, se admiró de ver la casa de su amada humildemente adornada. Se sorprendió cuando vio entrar al dueño de los zapatos al hogar de su Dulcinea. -¿El vive ahí?- preguntó tímidamente. -No, se casa mañana con la damita- contestó alguien. Por la tarde, el estirador y su tristeza ya habían abandonado la ciudad; y en la boda, los invitados no entendieron porqué el joven se casaba alpargatado.
Marcial Fonseca