Alrededor del s. VIII aC, Roma tenía uno de los calendarios más enrevesados que hayan existido. Era de 10 meses lunares: marzo, abril, mayo, junio, quinto, sexto, setiembre, octubre, noviembre y diciembre. Lo que sucediera después del último mes, carecía de importancia. Rómulo, fundador de Roma, no hizo nada para perfeccionarlo. El sucesor, Numa Pompilio, acometió la tarea; añadió dos meses: enero y febrero, con lo que había seis meses de 29 días y seis de 30, y para evitar un número par de días, de suyo pavoso, se agregaba uno, para un total de 355. A pesar de esta reforma, las estaciones seguían vagando; por lo que se intercalaba un mes de 22 ó 23 días, cada dos años, llamado mercedonio. Este mes creó muchos inconvenientes. Su intercalación se convirtió en un instrumento de corrupción: se usaba para alargar períodos de amigos, recortar los de los enemigos, atrasar cobros de deudas, etc. Estas no fueron las únicas interferencias, en el s. III aC un político convenció al pueblo romano de que los meses deberían tener un número impar de días, por lo que se llegó a meses de 29 y 31 días, con la excepción de febrero, que por ser el último del año, podía tener 28. Luego vino la modificación de iniciar el año con el 1ro. de enero, fecha de asunción de los cónsules romanos.
Los meses quinto y sexto fueron denominados julio y agosto, por el Senado Romano, en homenaje a Julio César y Augusto, por sus aportes al calendario.
Para finalizar, dos curiosidades; una numérica: los almanaques se repiten cada 400 años en el calendario gregoriano y cada 28 en el juliano. Una gramatical: los años no llevan puntos (1997, no 1.997), reminiscencia de ser números ordinales.
Marcial Fonseca